Análisis de la situación política en el reino: retos y tensiones en el contexto actual

Por: Psicópata Bien Orientada | Exclusivo para Factos

Así es, así me llamaron. Como buena mujer de esta jungla, aprendí a adaptarme a lo que me lanzan. Estoy bien orientada, aunque no necesariamente hacia el poder. O quizás sí, pero solo para reírme en su cara.

La investigación de The Clinic sobre el Caso Audios ha revelado las conexiones turbias dentro del Poder Judicial chileno. En el epicentro de esta red se encuentra la ministra de la Corte Suprema, María Teresa Letelier, cuya llegada al máximo tribunal fue impulsada por el exjuez Juan Poblete y el actual alcalde Mario Desbordes. Los chats filtrados muestran cómo Poblete pidió apoyo para Letelier, destacando su confiabilidad y sugiriendo que su designación sería un justo reconocimiento a su carrera. Curiosamente, Letelier votó a favor de la liberación de Poblete en un caso relacionado con el “Topógrafo”, sin haberse inhabilitado a pesar de su cercanía con él.

Como toda historia que pretende ser significativa, esta también se origina en un tribunal. Un tribunal real. Uno judicial. De esos donde la justicia entra sin maquillaje, pero siempre sale con algún retoque: a veces un poco de botox, otras veces, camuflaje.

Nuestra protagonista no es una princesa cualquiera. Es una figura de la alcurnia jurídica, heredera de un linaje tan cuidadosamente protegido que su apellido despliega alarmas al escanearlo. Tiene un castillo en la Corte Suprema, padrinos que firman con toga y sentencias que pesan más que una grúa fiscal.

¿Su nombre? Bueno, los nombres son lo de menos. Lo relevante es que, en esta historia, la princesa no espera a un príncipe: se duerme cuando llega el fiscal. Porque, ¿de qué sirve temerle a una investigación, cuando has vivido una máster en impunidad boutique?

Sin embargo, como en todo cuento, llega un momento en que el hechizo se quiebra. Esta vez ocurrió gracias a un artículo de The Clinic, que rompió parcialmente el encantamiento. No fue un beso, sino un golpe de correos, fechas y amistades demasiado cercanas. Resulta que la princesa trabajó en el Ministerio de Justicia —sí, ese que parece andar perdido en torno al caso Hermosilla— justo cuando se tramitaba un expediente crucial para que su padre, el rey jurídico, pudiera jubilarse con honores y un poco más.

No se trataba de cualquier trámite. Era un Decreto Supremo. Uno de esos que huelen a tinta de pluma Montblanc, que si se retrasa, el reino entero tiembla. Y, oh, casualidad: justo ella, estuvo involucrada en su redacción, modificación y en dejarlo listo para la firma presidencial. Lo mejor de todo es que el entonces fiscal de la Región Metropolitana Oriente, Manuel Guerra, recomendó ¡a dedo! a su papá para que ingresara a la Corte Suprema. Así, sin concurso ni méritos, solo bastó el apadrinamiento de uno de los personajes ahora implicados en el escándalo de corrupción más grotesco en tiempo reciente.

¿Coincidencia? En este reino, coincidencias no existen. Solo pactos tácitos, cenas discretas y correos que quedan como fantasmas en bandejas de entrada institucionales.

Entonces, ¿por qué todo esto pasó desapercibido tanto tiempo? ¿Por qué la princesa continúa transitando por los pasillos ministeriales con su corona invisible, mientras la república lidia con el caos y la desilusión?

Porque el blindaje en Chile no es solo jurídico. Es también social, familiar, de apellido, de escuela, de clubes. Hay una élite que vive en una zona franca de escrutinio. Y cuando algo huele mal, tapan la nariz, pero jamás hacen un sumario. Y si lo hacen, se les olvida, se “archiva” o se firman durante enero o febrero para que pase desapercibido entre memes de vacaciones y coberturas del festival.

No es que existan estas castas, el problema es que nos hacen creer que no. Que todos somos iguales ante la ley, que cualquiera puede llegar a la Corte Suprema si estudia y se comporta. Pero en el fondo, todos sabemos —incluso la misma princesa— que hay quienes nacen con la justicia de rodillas. Y que si alguna vez les llega una acusación, siempre habrá un fiscal amigo que “recomienda” a una ministra que firma sin mirar, o un correo perdido que mágicamente no aparece.

El reino sigue sujeta a su encanto, pero la inocencia ya no existe. Solo queda cinismo.

Y nosotras, las “psicópatas bien orientadas”, tomamos nota. Porque de historias como esta se sale riendo o se sale muerta. Y, afortunadamente, aún me río.

¡Hasta la próxima!

Con Información de factos.cl

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