Reflexiones objetivas y respetuosas sobre el espectro autista

Situaciones como la que se presentó en el liceo de Trehuaco, en Ñuble, donde una profesora sufrió una grave agresión a manos de uno de sus estudiantes, plantean un desafío significativo para las comunidades educativas. Este desafío se manifiesta en dos aspectos: la respuesta inmediata ante la emergencia y el análisis de los fenómenos sociales que la rodean.

El primer aspecto se refiere a la capacidad de actuar rápidamente para gestionar las consecuencias de estos serios incidentes, activando los protocolos necesarios que implican la intervención del equipo del Programa de Integración Escolar en conjunto con el equipo de convivencia educativa, cuyo funcionamiento ya ha sido objeto de discusión en anteriores columnas y reportajes.

La segunda dimensión va más allá de la comunidad educativa específica y del caso concreto. Nuestras conductas están influenciadas por un contexto particular que forma parte de un panorama más amplio de interacciones sociales. Esto implica que el lamentable incidente ocurrido en el aula no solo está ligado a la dinámica del liceo, sino que también refleja aspectos de nuestra cultura, prejuicios y estereotipos.

Para pensar en este acontecimiento, es crucial entender la agresión como una forma en que los seres humanos (y otros animales) manifiestan su estrés. Esta perspectiva nos da una primera pista: la conducta agresiva no necesariamente está asociada a un diagnóstico concreto, como el Trastorno del Espectro Autista, conocido como autismo. En realidad, es una reacción que cualquier persona puede exhibir en ciertos momentos.

Se ha debatido ampliamente en relación a esto, asociando la violencia con el autismo o insinuando que las personas autistas tienden a ser agresivas. Una respuesta sensata y libre de estigmas nos lleva a considerar, por un lado, los factores individuales del estudiante que podrían estar relacionados con el estrés que experimenta cotidianamente, lo cual corresponde a los profesionales de la salud y al entorno del estudiante, y no a la sociedad en su conjunto. En cambio, es nuestra responsabilidad reconocer cómo nuestra cultura, que construimos y reconstruimos a diario, percibe y trata a las personas autistas.

Los comentarios generados por esta noticia en diversas plataformas cuestionan el concepto de inclusión; algunos argumentan que “para eso están las escuelas especiales”, y expresan apoyo a la profesora, como si la discusión girara entre defenderla a ella o al estudiante de 14 años. Padres y madres comparten experiencias donde sus hijos han sido agredidos por “niños TEA”, evidenciando un desprecio latente en nuestra sociedad que parece estar esperando el momento adecuado para manifestarse.

Retomando la idea de la agresión como reacción frente al estrés, me pregunto: ¿realmente creemos que al relacionar públicamente el autismo con la agresividad no afectará la vida diaria de quienes tienen esta condición? Cabe cuestionarse cómo han sido las experiencias escolares de estos estudiantes desde el incidente… ¿Cómo los ven sus compañeros? ¿Se alejan de ellos? ¿Les tienen miedo? ¿Evitan los profesores interactuar por temor a agresiones? Hay muchas preguntas que podríamos plantearnos, pero la cuestión fundamental es que estas reacciones sociales ante el incidente contribuyen a crear entornos estresantes para las personas con autismo. ¿No será que lo que nos estresa son las personas que no se ajustan a nuestros estándares de normalidad, y por eso reaccionamos con agresividad, generando un ciclo vicioso interminable?

Por Javier Zaror Bustos (Académico Programa de Pedagogía en Educación Media Universidad Andrés Bello)

Con Información de hoysantiago.cl

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