Una vez más, se han publicado los resultados del SIMCE, los cuales generan amplios comentarios en los medios y entre diversos “expertos” en educación. Sin embargo, estas opiniones suelen estar influenciadas por intereses y sesgos, sin abordar lo fundamental en el proceso de enseñanza-aprendizaje: el clima y el ambiente en el aula y en las comunidades educativas.
La Agencia de Calidad de la Educación ha indicado que “la variable de control que mejor explica el aprendizaje es el clima en el aula”. En efecto, numerosos estudios internacionales respaldan esta afirmación: la inversión en infraestructura, la cantidad de contenidos del currículum o el conocimiento de los docentes no son tan determinantes como la calidad del entorno en el que se lleva a cabo el proceso educativo.
Actualmente, hay no solo evidencia empírica, sino también hallazgos desde la neurociencia que demuestran que un ambiente hostil, marcado por el estrés o la falta de apoyo, activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA), lo cual lleva a la liberación de cortisol. Niveles excesivos de cortisol inhiben el funcionamiento del hipocampo, una estructura esencial para la consolidación de la memoria y el aprendizaje. Por otro lado, un ambiente seguro y positivo mantiene el cortisol bajo y promueve la liberación de dopamina y oxitocina, optimizando así el aprendizaje.
Si hay tanta evidencia de que cuando los estudiantes se sienten seguros, valorados y respaldados dentro de sus comunidades educativas, pueden enfocarse mejor en su desarrollo académico, ¿por qué no se aborda con mayor firmeza en la discusión sobre la calidad de la educación?
Por un lado, los grupos de interés han construido un paradigma en torno a la calidad educativa que ignora los aspectos socioemocionales, aferrándose a la antigua idea de que “la letra con sangre entra”, que proviene de una pedagogía tradicional que se basa en la disciplina estricta y ve al estudiante como un recipiente vacío que debe ser llenado únicamente con el conocimiento del profesor.
Por otro lado, en Chile, el presupuesto destinado a la educación escolar en 2024 ascenderá a aproximadamente $10 billones (pesos chilenos). Esta cifra exorbitante, difícil de imaginar, incluye gastos públicos en textos escolares, evaluaciones externas, capacitaciones y una infinidad de actividades económicas asociadas a la educación que presionan hacia más de lo mismo.
Es preocupante que el debate sobre los resultados del SIMCE continúe centrado en la comparación de puntajes, sin tener en cuenta lo que realmente sucede dentro de las aulas. Más pruebas estandarizadas o medidas punitivas para las escuelas con bajos resultados no solucionarán los problemas fundamentales. Es necesario adoptar una perspectiva más amplia que incorpore el bienestar emocional como un pilar esencial del aprendizaje.
Para mejorar la educación en Chile, debemos enfocarnos en asegurar que todos los miembros de las comunidades educativas se sientan protegidos, escuchados y valorados. Solo así podrán dedicar toda su capacidad cognitiva a los estudios, logrando un aprendizaje significativo y duradero. Este análisis sobre el SIMCE es el que muchos no quieren escuchar.
Con Información de www.elperiodista.cl