Por Miguel Ángel San Martín
Dentro de cuatro días cumplo 80 años de edad. O sea, entro en el equipo llamado eufemísticamente de “los octogenarios”. Pero, me siento muy bien. Físicamente estoy “paradito”, como dicen en Chile. Intelectualmente, me siento en el apogeo, escribiendo mucho y participando en cuanta tertulia o programa de radio y televisión que me invitan. Y todo desde España hacia Chile. O sea, utilizo con soltura las nuevas tecnologías.
No lo digo por presumir de vitalidad a pesar de los años, sino porque pretendo enviar un mensaje de optimismo a quienes, como yo, pertenecemos a la Tercera Edad. Y, ojo con los datos que les voy a aportar: la población mundial está envejeciendo aceleradamente. La esperanza de vida se alarga y ya los mayores de 60 años constituimos cerca del 12 por ciento del total de la población mundial. Somos aproximadamente 901 millones de personas. Y si hablamos de la población en edad de jubilación, los 65 años, tenemos que informar que las estadísticas del Banco Mundial señalan que al 2021 representábamos el 9,54% de la población, o sea, unos 747 millones de personas.
Es tal la velocidad del crecimiento del número de mayores, que en el 2019, los de 65 años de edad superamos en cantidad a los niños menores de cinco años. Además, la esperanza de vida se ha ido incrementando ininterrumpidamente, tanto en los países desarrollados como en los más empobrecidos. Sin duda, esto afecta a la tasa del crecimiento económico, porque tiene directa y obvia relación con la población en edad de trabajar, a la tasa del ahorro, al emprendimiento y, como consecuencia, al mercado financiero.
Sin embargo, la valoración que hace la Organización de las Naciones Unidas (ONU), apunta contrariamente a que “a las personas mayores se las percibe cada vez más como elementos que contribuyen al desarrollo; se considera que sus habilidades para mejorarse a sí mismas y a la sociedad, se deberían integrar en las políticas y en los programas de todos los niveles”.
Creo con certeza de que, a raíz de los datos proporcionados, debemos enfrentar el envejecimiento en forma activa. Si bien se nos considera un elemento muy importante en la sociedad por nuestra experiencia y sabiduría, sólo nos dan oportunidades para actuar en el seno de nuestras familias, como un elemento de unión, como apoyo emocional e, incluso, económico.
Pero, debemos demostrar que somos capaces de seguir aportando a la sociedad. Hay grupos importantes de personas mayores que se mantienen muy activas en el sector de la economía, realizando actividades productivas. Otros estamos aportando ideas, participando con entusiasmo en tareas superiores de la administración, o transmitiendo nuestra experiencia a través de medios de comunicación o de actividades en organizaciones poblacionales, vecinales, escolares, etc. Y están aquellos profesionales jubilados que siguen en condiciones de transmitir conocimientos a las generaciones que nos suceden o de ayudarlas cuando no logran comprender las diferentes materias en desarrollo.
Somos tantos y tan marginados en la actualidad, que al mundo político en particular le podemos señalar que somos un verdadero “banco de votos” si se nos escucha, si se nos da participación y si se valora la voz de la experiencia.
Debemos sensibilizar a las generaciones emergentes que deben poner fin a las injusticias que se cometen con los adultos mayores. Recojo las advertencias que circulan por las redes y que se refieren al riesgo intergeneracional de desigualdad vinculado a la vejez. Y que se debe explorar sobre los cambios sociales y estructurales en el marco de las políticas.
En definitiva, es menester reconocer la importancia de este sector etario que, no por alcanzar la merecida jubilación, deja de ser útil y se convierte en lastre. Por el contrario, somos una fuerza que emerge desde la vejez para orientar y advertir de las rutas que por experiencia conocemos que conducen hacia el éxito de la sociedad.
Aprovechemos, entonces este enorme capital humano que está dispuesto a seguir aportando para salir de esta realidad que nos está sumiendo en grandes incógnitas de futuro.