Por Roberto Pizarro Larrea
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El Festival de Viña del Mar se ha convertido en un termómetro del éxito o fracaso de los artistas, generando conversaciones en la sociedad chilena, desde las calles hasta las redes sociales, donde memes abundan. El reciente caso de George Harris, un humorista venezolano, desató una ola de críticas por parte del público viñamarino, reavivando el debate sobre si su fracaso se debe a la cultura chilena o a un sesgo xenofóbico.
Un monstruo domado, pero latente
La tradición de abuchear a los artistas en Viña no es algo reciente. El público, conocido como «el Monstruo», ha sido históricamente severo con aquellos que no logran captar su interés. En años recientes, se ha sugerido que este Monstruo ha sido «domesticado» debido a un cambio en la audiencia: entradas más costosas y un formato distinto al de las décadas de los 80 y 90, cuando algunos espectadores trepaban árboles para ver los espectáculos desde fuera de la Quinta Vergara.
La controvertida actuación de Javiera Contador en 2024 volvió a avivar el debate sobre la violencia colectiva y la tolerancia en la sociedad chilena. Sergio Freire calificó la situación de “falta de respeto, pero parte de la idiosincrasia chilena”, mientras que el columnista Miguel Ángel Rojas Pizarro la atribuyó a “gente intolerante, violenta y mal educada”.
El caso de George Harris se suma a una larga lista de humoristas que han sido abucheados en este escenario. Desde 22 artistas que han sufrido este destino, el 78% han sido chilenos, sugiriendo que el Monstruo responde a una tradición más que a un prejuicio contra los extranjeros. Humoristas como Ronco Retes (1984), Checho Hirane (1984), Sergio Feito (1990), y muchos otros han sufrido la misma suerte, sin importar su nacionalidad.
A lo largo de los años, han habido diferentes niveles de rechazo. Mientras Luis Pescetti (1993) y Sarah Sanders (1998) pasó menos de siete minutos en el escenario, otros como Rudy Rey (2014) fueron capaces de continuar pero sin motivar al público. En contraste, algunos retornaron a Viña tras buenas experiencias, como Los Muleros (1976) y Daniel Muñoz (2001), pero no todos lograron replicar su éxito, mientras que Óscar Gangas pasó de un fracaso inicial a ser aclamado en su segunda presentación. En otro extremo, Ricardo Meruane terminó con ansiedad tras el intenso abucheo en su segundo intento.
Factores que determinaron el fracaso de Harris
Existen tres hipótesis que pueden ayudar a entender por qué Harris no conectó con el público. La primera se relaciona con el ritmo y la estructura de su rutina. George Harris realizó un show de 13 minutos sin remates efectivos, lo que provocó un letargo en la audiencia. En contraposición, Luis Slimming logró captar la atención en menos de tres minutos, ofreciendo una de las actuaciones más memorables del festival. Por lo tanto, en Viña, la velocidad y el ritmo son cruciales, ya que la audiencia demanda respuestas rápidas.
Esto se enlaza con la segunda hipótesis, que es la falta de conexión con el contexto local. Su rutina comenzó con referencias que carecían de sentido para el público chileno. El humor en Viña ha demostrado que es esencial reconocer los códigos y referencias locales para triunfar. Como mencionó Edo Caroe en una rueda de prensa reciente, parece que la sociedad chilena tiene un déficit de atención, y los relatos extensos sin remates no funcionan en un contexto donde se privilegia la brevedad y la agudeza.
La tercera hipótesis se refiere a la creación de un entorno predispuesto al conflicto. La producción del festival y los medios de comunicación alentaron un clima de tensión. Antes de su actuación, los animadores destacaron la universalidad del humor, y luego Harris hizo énfasis en su identidad nacional, lo que provocó una reacción negativa. En un contexto migratorio donde el nacionalismo es un tema delicado, esto pudo haber jugado en su contra.
Además, la cobertura mediática anterior y posterior al evento amplificó la controversia, evidenciando que el festival no es solo un evento de entretenimiento, sino un fenómeno cultural que busca crear espectáculo y mantener la atención del público. Viña no solo busca capitalizar el evento, sino también alimentar el ego de un país que aspira a liderar la industria del entretenimiento en Latinoamérica.
¿Fue un acto de xenofobia?
A pesar de que el rechazo a Harris ha sido visto por algunos como un acto de xenofobia, los datos indican que la nacionalidad no es un factor determinante. El Monstruo ha demostrado ser imparcial castigando a artistas locales y extranjeros por igual, y lo que realmente importa es la calidad y ritmo de sus presentaciones.
Sin embargo, no podemos ignorar que el contexto social y político influye en la percepción de un artista extranjero. La crisis migratoria en Chile ha creado tensiones, y la cobertura mediática del tema pudo haber predispuesto al público a ser más crítico con un humorista venezolano. Comentarios previos de Harris sobre Allende y Boric complicaron aún más su situación.
Sin embargo, atribuir su fracaso exclusivamente a la xenofobia sería un enfoque simplista que pasaría por alto sus deficiencias como artista, además de sobredimensionar el papel de los medios, que ya no tienen la misma influencia. Durante su presentación, se escuchó a una mujer gritar repetidamente: “¡Cuenta un chiste po’!”. La falta de preparación parece haber sido el factor más crucial en su fracaso.
El Festival de Viña continúa siendo un escenario donde el humor se enfrenta a las exigencias del público. El Monstruo, aunque más moderado que en años pasados, sigue existiendo y su reacción depende más de la calidad del espectáculo que de la nacionalidad del artista. George Harris fracasó no por ser extranjero, sino porque su rutina no logró captar la atención del público.
Más allá de las interpretaciones, lo indiscutible es que el festival siempre ha sido un fenómeno mediático donde el escándalo atrae. La producción y los medios son hábiles en aprovechar estos incidentes, generando un debate que mantiene viva la relevancia de Viña en la cultura popular. ¿Es casualidad o estrategia? El verdadero éxito del evento radica no solo en sus artistas, sino en su habilidad para manejar la levadura mediática y saciar al público.
No me detendré en juicios morales, como lo hizo Miguel Ángel Rojas el año pasado, sino que prefiero una mirada a largo plazo y contextual. Por lo tanto, nuestros hermanos y hermanas venezolanas no deberían sentirse ofendidos. Su artista fue víctima de una tradición profundamente arraigada en la cultura popular chilena, pero es probable que, con el tiempo, esta tradición se diluya como muchas otras en estas tierras.
Por Roberto Pizarro Larrea
Profesor de historia y ciencias sociales.
Fuente fotografía
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