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La economía clásica suele referirse a la mano invisible que supuestamente regula los mercados sin intervención humana. Adam Smith, sin embargo, nunca pensó que, siglos después, esta metáfora tomaría forma en un dedo índice que emite órdenes de compra desde una cuenta de X.
En la Argentina de Javier Milei, la mano ha dejado de ser invisible: ahora es visible, verificada con un check azul, y se llama @JMilei. En su ausencia, su hermana —la vicepresidenta del mercado— parece estar lista para teclear las mismas órdenes. El mensaje oficial es claro: desregular, privatizar, y liberar. Todo subsidio es herejía; toda intervención, un pecado capital. Pero, como en toda religión, existen dogmas y… excepciones divinas.
Cuando se trata de controlar el dólar, el líder del liberalismo no recurre al mercado: lo decide por decreto digital. ¿Es esto herejía o simplemente una nueva teología económica adaptada a la era digital? Mientras tanto, los criptobobos elevan sus plegarias (y memes) esperando que el tuit sagrado los salve del tormento inflacionario.
El presidente, que condena la manipulación de precios como un mortal pecado, ha encontrado una vía teológica: si el dólar oficial lo establece él, no es intervención, es iluminación divina. Lo mismo se aplica a los subsidios: cuando favorecen a sus aliados financieros, no son asistencialismo, sino incentivos temporales a la confianza. ¿Esto es incoherencia o simplemente una nueva corriente de pensamiento económico: el libertarismo selectivo? Mientras tanto, el mercado —esa entidad abstracta que debería autorregularse— se ha convertido en un reflejo condicionado de su timeline. Basta con un tuit presidencial sobre criptomonedas para que el gráfico de precios se convierta en una montaña rusa: sube, se desploma y deja a los incautos con vértigo (y a los criptobobos con billeteras vacías).
El discurso libertario, que brilla en los manuales, se enfrenta a un obstáculo práctico: en Argentina, la mano invisible del mercado está con el puño cerrado… y el dedo índice sobre el botón de publicar.
Para entender el laissez-faire al estilo Milei, no se necesita un doctorado en economía: solo un cronómetro y acceso a X. El último episodio, centrado en la criptomoneda $Libra, fue una lección magistral de libertad regulada: el mercado se movió como un reloj suizo, no para asignar recursos, sino para concentrarlos en manos de unos pocos.
¿Error técnico? Poco probable. ¿Descuido? Menos aún. La secuencia —tuit presidencial, subida abrupta, desplome programado— estuvo tan sincronizada como un ballet. O, si se prefiere, como un rugby financiero donde solo un equipo conocía las reglas. El resultado: millones en bolsillos anónimos y miles de criptobobos preguntándose si su fe en el líder sobrevivirá a la vacuidad de sus billeteras virtuales.
La mano visible de Milei no fue un accidente: fue un guion. Y el mercado libre, esta vez, actuó tal como se esperaba… aunque nadie lo anticipaba.
De la mano visible al bolsillo invisible
El 14 de febrero, la cuenta de Milei en X lanzó un mensaje que, para sus seguidores, equivalía a una bula papal: ‘¡La Argentina liberal crece!’. Lo relevante, sin embargo, no era el eslogan, sino lo que vino a continuación: el nombre de una criptomoneda —$Libra—, un enlace al contrato del token y una vaga promesa de financiar emprendimientos. Para un presidente que idolatra la soberanía del mercado, el tuit sonó menos como una recomendación y más como un mandato divino.
¿Fue esto una inocente ‘difusión’, como argumentaría después el mandatario? ¿O el primer acto de una tragicomedia en tres partes?
La cronología es reveladora:
- Acto I: KIP Network, la empresa promotora de $Libra, registró el sitio web horas antes del tuit presidencial.
- Acto II: El token, que no existía hasta entonces, se lanzó justo cuando Milei lo promocionó.
- Acto III: Su valor pasó de 4,7 dólares a 0,19 en cinco horas.
Una obra tan sincronizada que incluso los hermanos Marx envidiarían su timing.
El mercado, que supuestamente era libre, no ‘descubrió’ a $Libra: fue iluminado por el tuit presidencial. Los criptobobos, fieles a su doctrina, interpretaron el mensaje como una señal de inversión segura. Lo que no sabían es que el libre albedrío del mercado, en este caso, tenía dueño: quienes compraron antes del tuit vendieron en la cima, dejando a los devotos con monedas digitales y carteras vacías.
¿Es esto casualidad? Imposible. ¿Eficiencia de mercado? Solo si entendemos por eficiencia que unos pocos ganaron millones mientras otros aprendían, a costa de sus billeteras, que la mano invisible puede ser un puño de hierro.
Los criptobobos: cuando la fe vence a la cartera
El mercado cripto se comporta como un Darwinismo digital: los más rápidos sobreviven, no los más inteligentes. Si te despluman, es culpa tuya por no haber corrido. Las subidas se celebran con memes; las caídas, con silencios incómodos. En el caso de $Libra, sin embargo, ni siquiera hubo tiempo para el silencio: los criptobobos se encontraron en la ruina antes de comprender que el “HODL” no es un consejo, sino un epitafio.
Tras el colapso, la comunidad cripto global reaccionó con la eficacia de un blockchain: Milei pasó de gurú rebelde a estafador de manual. Los foros lo degradaron de anarquista del mercado a político tradicional con retórica de YouTuber. Para los inversores extranjeros, la lección fue clara: el mesías libertario resultó ser un rug pull con banda presidencial.
Pero en Argentina, la realidad es un género literario. Los criptobobos se enfrentaron a un dilema kafkiano: ¿cómo culpar al líder si el líder es el evangelio? La respuesta fue un manual de supervivencia ideológica:
- Fase 1: «Hackearon al Mesías» (un milagro tecnológico).
- Fase 2: «El entorno lo traicionó» (una pasión posmoderna).
- Fase 3: «Es una jugada maestra contra el FMI» (un thriller de espías sin guion).
La fe, al igual que el dólar blue, no sigue la lógica. Quienes perdieron ahorros defendieron a Milei con la devoción de un coro griego: si el tuit presidencial contenía el enlace al contrato de $Libra, era un easter egg para iniciados; si Milei confesó no haber leído el proyecto, era prueba de su genialidad intuitiva. El libre mercado, que según los manuales castiga al incompetente, aquí lo premió con una secta.
El fenómeno desafía a Darwin: mientras el inversor promedio aprende a no tocar la hornalla caliente, el criptobobo argentino la lame, sonríe y dice «esta vez será diferente». No importan las estafas, los escándalos ni las promesas incumplidas: siempre habrá un nuevo relato, una conspiración que explicar, un enemigo externo al que culpar. Si la comunidad cripto global acusó a Milei de estafador, sus seguidores atacaron a los mensajeros: «¿Cómo se atreven si el socialismo destruyó el país?». La autocrítica aquí se convierte en un impuesto a eliminar.
Sin embargo, el verdadero enigma no es la fe de los criptobobos, sino la de los creadores de $Libra. Mientras los primeros rezaban en X, los segundos se paseaban por Olivos como consultores VIP. El presidente puede eliminar tuits, pero no reuniones: el rastro de la estafa lleva directo a la Casa Rosada.
¿La moraleja? En Argentina, la economía es menos una ciencia que un reality show donde el premio es sobrevivir al próximo episodio. Los criptobobos seguirán votando por su protagonista, aunque el guion los haga cómplices de su propia tragedia. Al final, como en todo buen drama, la única certeza es que el próximo plot twist será similar al anterior… pero con más likes.
Quien explica se complica
Los grandes fraudes tienen un perverso talento: reinventar la realidad en tiempo real, como si la verdad fuera un NFT editable. Milei, autoproclamado defensor de principios inquebrantables, ha demostrado ser más flexible que un trader en plena hora pico. En cuestión de días, su relato pasó de ‘difusión inocente’ a ‘oportunidad geopolítica’, pasando por ‘ataque de bots’ y ‘casino existencial’. La coherencia, como el peso argentino, ha sufrido una dura devaluación.
En su defensa, el presidente recurrió a un tecnicismo digno de la escolástica medieval: no promovió $Libra, solo la difundió. ¿La diferencia? Tan clara como el white paper de una criptomoneda inexistente. Si Adam Smith hablaba de la mano invisible, Milei agitó la suya en redes sociales, como un influencer de la economía gamer. Pero el verdadero póker face llegó con su última analogía: ‘Si uno entra a un casino y pierde, ¿cuál es el reclamo?’. La frase, digna de un croupier sin licencia, no solo ridiculizó a los estafados: admitió que el juego estaba amañado desde el principio.
¿Por qué un líder que condena al Estado usó su posición para inflar una cripto? ¿Por qué los creadores de $Libra desfilaron por Olivos? Las respuestas, como el valor del token, se han desvanecido en el éter digital. Este caso no es una anomalía, sino un déjà vu libertario: en 2021, Milei ya había ‘opinado profesionalmente’ sobre CoinX, otra moneda virtual que hizo desaparecer ahorros como un rug pull en el metaverso. La única novedad es que ahora el call center libertario opera desde la Casa Rosada.
Milei llegó al poder prometiendo enterrar a la casta, pero en su primer escándalo financiero, actuó como su heredero más ortodoxo. Sin disculpas, sin responsables, sin más brújula que el sálvese quien pueda. Los criptobobos, leales a su credo, lo defendieron con fervor evangélico: para ellos, el líder no se equivoca, solo ‘difunde’ caminos alternativos hacia la salvación fiscal.
¿Cuántos esquemas se necesitarán para que sus seguidores reconozcan la paradoja? Un libertario usando el Estado para estafar es como un vegano vendiendo choripanes: el chiste se cuenta solo. Pero en Argentina, el chiste siempre concluye igual: con un loop de errores, un meme de Milei y una lección que nadie aprende.
Al final, el único laissez-faire real fue el de su conciencia. Lo demás, ya se sabe: en el casino de la política, la banca siempre gana… y los criptobobos continúan apostando a que la próxima jugada será la ganadora.
Con Información de desenfoque.cl