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«A fin de cuentas, la muerte es solo un indicador de que hubo vida»: Mario Benedetti
Por Sergio Velasco de la Cerda
Baldemar ha partido hacia el lugar donde van muchos. Sin regreso. Un vacío imposible de llenar. Surge un profundo sentimiento de soledad y pérdida en las filas de la ya distante familia democratacristiana, que se encuentra de luto por la dolorosa ausencia de sus a veces olvidados líderes.
Dejó una profunda impronta desde sus inicios en la política, allá por 1957, en una época en que el partido falangista emergía como una alternativa novedosa, ubicada entre el marxismo y el capitalismo, en un mundo dividido en extremos.
Se alineó con las encíclicas papales, Rerum Novarum y Cuadragésimo Año, que como católico, le guiaron en la cuestión social, enfatizando la importancia de la dignidad humana y de los derechos inalienables, especialmente en defensa de los más pobres entre los pobres. El Cardenal Raúl Silva Henríquez, con su inquebrantable defensa de los más necesitados, lo inspiró desde joven para fundar, junto a otros, el nascent partido de la “Revolución en Libertad” en su tierra natal.
Se enorgullecía de ser profesor de Estado, especializado en Castellano, lo que le permitió durante su etapa universitaria en Valparaíso, sumergirse en las obras de pensadores destacados como Teilhard de Chardin, Jacques Maritain, y León Blum, entre otros, que moldearon su carácter para servir a los demás con humildad.
Siempre comprometido con el pueblo y para el pueblo, esta debe ser la misión de un DC: estar al lado de los más vulnerables. Nos lo recordaba con su voz firme y acogedora, una voz que nos estimulaba a mantener su legado vivo.
Regresó a su ciudad natal, Aysén, llevando consigo los grandes ideales de sus fundadores, como el ferviente orador Radomiro Tomic, la visión de nación de Eduardo Frei, y el testimonio del hermano Bernardo Leighton, símbolo de la fraternidad y camaradería partidaria, todos unidos para construir un Chile más justo y para todos.
Su legado y su ejemplo nos inspiran. Era un “hombre de carácter”. No dudó en respaldar con su valiosa firma la carta de los “13”, un manifiesto que rechazaba de forma contundente el Golpe cívico-militar.
Reiteraba que no se puede ser valiente sin antes sentir miedo, algo que él supo sobrellevar. Aunque residía en el extremo sur del país, donde los riesgos para su seguridad eran reales y poco podían hacerse saber en la Capital, se sentía plenamente desprotegido. La iglesia católica fue su único refugio ante las injusticias y la represión militar que azotaba Chile en esos años.
Regresó al Parlamento como representante de su comunidad de Coyhaique, en un Congreso Nacional aún en construcción, donde había que maniobrar entre tablones para asistir a las sesiones. Tenía la tarea de reconstruir el país y el Parlamento desde los escombros.
Como jefe de la Bancada DC, dirigió a un grupo de 40 diputados y diputadas, actuando con energía y sabiduría, promoviendo la democracia interna y cumpliendo su deber de apoyar y proteger al gobierno de la Concertación, haciendo concesiones en beneficio de la recién recuperada democracia.
Su labor legislativa y su experiencia como concejal de su comuna son testimonios de su dedicación. Defendió la descentralización del país y la importancia de poner atención en las regiones extremas, a menudo olvidadas por los gobiernos, algo que comunicó con firmeza al presidente Patricio Aylwin.
Me honró con su amistad; fue un maestro y un compañero altruista, enseñándonos que el verdadero poder radica en una conexión estrecha con la ciudadanía, que nos brindó la confianza para ser parte de la historia. Reiteraba que la juventud chilena merece cualquier sacrificio, un mensaje que compartía con quienes deseaban escucharlo.
El patagón nos dejó a los 93 años, legándonos una verdad invaluable: que la solidaridad se fundamenta en la honestidad, una virtud que cualquier cristiano sincero debe abrazar.
Con Información de desenfoque.cl