Por Iván Rojas Bravo
Actualmente, se está hablando de una guerra comercial y la situación ha generado preocupación a nivel mundial. Intentemos calmarnos y analizar los posibles escenarios que podrían surgir.
La justificación oficial del gobierno de Estados Unidos para incrementar los aranceles es la falta de reciprocidad en las relaciones comerciales bilaterales. Esta falta se manifiesta en la existencia de tasas arancelarias y barreras no arancelarias dispares, así como en políticas económicas de los socios comerciales que restringen salarios y consumo internos. Todo ello ha llevado a déficits comerciales significativos y persistentes, que, según el gobierno de EE. UU., han debilitado la base manufacturera del país.
Un poco de historia antes del análisis.
¿Quién ha impulsado la liberalización del comercio internacional?
Desde 1934, la política comercial de EE. UU. se ha centrado en la reciprocidad, buscando acuerdos para reducir tarifas arancelarias con socios comerciales clave. Entre 1934 y 1945, se firmaron 32 acuerdos bilaterales. Entre 1947 y 1994, los países involucrados participaban en ocho rondas de negociación que resultaron en los Acuerdos Generales sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y en siete rondas posteriores de reducción arancelaria, que incluían la Ronda de Tokio. Tras la Segunda Guerra Mundial, se creía, quizás ingenuamente, que si Estados Unidos lideraba la liberalización de barreras arancelarias y no arancelarias, el resto del mundo seguiría su ejemplo.
Los miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) acordaron mantener sus aranceles bajo el principio de nación más favorecida (NMF), que busca evitar que los países ofrezcan un trato preferencial a ciertos socios. Así, un mismo arancel se aplica a todos los miembros de la OMC. Cualquier ventaja otorgada a un producto de un país debe ser extendida a productos similares de otros países miembros. Sin embargo, no se estableció un compromiso para reducir los aranceles a niveles igualmente bajos ni para aplicar aranceles de manera recíproca. Como resultado, según la OMC, EE. UU. cuenta con uno de los aranceles NMF promedio más bajos del mundo, con un 3,3%, mientras que muchos de sus principales socios comerciales, como Brasil (11,2%), China (7,5%), la Unión Europea (5%), India (17%) y Vietnam (9,4%), tienen tasas mucho más altas. Estos promedios NMF ocultan discrepancias mayores en los aranceles aplicados a productos específicos.
Además, existen barreras no arancelarias que no siguen el principio de reciprocidad, como restricciones de licencias, barreras técnicas y medidas sanitarias. También se perciben desigualdades en las políticas internas de otros países, como prácticas cambiarias y tributarias.
Este desequilibrio ha causado déficits comerciales persistentes en EE. UU., los cuales han crecido un 40% en los últimos cinco años, alcanzando los 1.2 billones de dólares en 2024.
Regresando al análisis sobre el aumento de aranceles.
Según un informe de la Casa Blanca, el resto del mundo impone a EE. UU. aranceles equivalentes al 73%, incluido el manejo de divisas y barreras al comercio. En contraposición, EE. UU. aplicará un arancel del 37% al resto del mundo tras la última orden ejecutiva firmada por el presidente Trump. ¿Le parece esto irracional?
Analicemos las comparaciones entre países desarrollados. La Unión Europea, donde EE. UU. tiene el segundo déficit comercial más grande, de 208 mil millones de dólares, impone un arancel de 39%; mientras que EE. UU. ha aumentado su arancel a 20%. Japón aplica un arancel del 46%; EE. UU. lo ha elevado a 24%. El Reino Unido impone un 10%; EE. UU. ha igualado esta tarifa.
Un caso particular es el de China, con el que EE. UU. sostiene su máximo déficit comercial (279 mil millones de dólares). China aplica un arancel promedio del 67%; por su parte, EE. UU. ha ajustado su arancel a un 34% (nota del editor: el 9 de abril prometió un 125% a China y un periodo de espera de 90 días a terceros europeos).
Entonces, ¿son la falta de reciprocidad y la asimetría arancelaria entre EE. UU. y el resto del mundo razones económicas suficientes para responder con un arancel de represalia? ¿Es válido fortalecer una producción interna en declive? En principio, no. Un arancel puede asimilarse a un aumento en los costos de transporte: si otros países “desmejoran sus rutas y puertos”, no es necesario hacerlo también. Responder con aranceles de represalia podría agravar la situación aún más.
Si el objetivo es crear o mantener empleos a través de aranceles, se estaría perpetuando la existencia de empleos ineficientes donde quizás no hay ventajas comparativas, generando problemas de estanflación peores que los ocasionados por políticas fiscales o monetarias ineficaces.
Si la intención es “proteger”, por razones ajenas a la economía, industrias clasificadas como “estratégicas”, los economistas no tienen mucho que aportar, ya que esas decisiones son políticas. Un subsidio a tal industria sería más efectivo que un arancel, pues reduciría el precio interno del producto al nivel del precio internacional, en vez de incrementar el costo para el consumidor hasta igualarlo al costo de producción interno. Sin embargo, esto se refiere a industrias específicas y no a todo el sector manufacturero. El mismo principio aplicaría a una industria en desarrollo, donde un arancel temporal permitiría mejorar su eficiencia productiva.
Finalmente, es importante abordar el argumento que sostiene que la lógica detrás de esta desigualdad arancelaria es que las economías ricas imponen bajos aranceles mientras que las pobres aplican tarifas más altas para potenciar su sector exportador. “Nosotros les vendemos cobre, vino y frutas, y les compramos maquinaria, computadoras y autos”, se podría ejemplificar de manera simplista. ¿Dónde encaja la Unión Europea, Japón e Inglaterra en esta narrativa, donde también se observan inequidades arancelarias con EE. UU.? En el caso de economías más atrasadas o “jóvenes”, es válido argumentar a favor de una protección moderada para acelerar tendencias deseables a largo plazo, siempre que dicha protección sea temporal y se enfoque en mejorar la capacidad productiva.
Escenarios posibles.
¿Existirán represalias arancelarias significativas por parte de otros países? No considero que este sea un escenario plausible, ya que la señal de Trump ha sido clara y a nadie le interesa una segunda o tercera ronda de aumentos arancelarios.
Lo más probable es que, en el contexto de esta guerra comercial, se desate una guerra de divisas, en la que los países intenten devaluar sus monedas para mitigar los efectos del aumento de aranceles y hacer más competitivas sus exportaciones. Sin embargo, esta situación no debería prolongarse, debido a sus costos y efectos colaterales.
Supongamos que Trump es consciente de que aumentar los aranceles no es la solución óptima. ¿Cómo debería, entonces, abordar las desigualdades arancelarias si cada vez que se plantea el problema se obstruyen las soluciones? La única justificación válida para un arancel de represalia sería enviar una señal clara y contundente, disuadiendo a otros de elevar aún más los aranceles y comprometerse inmediatamente a una nueva ronda de negociaciones en la que se revisen todos los aranceles de ambas partes. Este sería un escenario probable: una estrategia; sin embargo, si esta estrategia falla, no hay nada más perjudicial para la reputación internacional de un país que ser percibido como uno que impone altos aranceles; y si funciona, seguramente nadie lo agradecerá.
Con Información de desenfoque.cl