Lo que realmente está en juego en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias es si continuaremos avanzando hacia una nueva forma de convivencia o, por el contrario, si el país se alineará con la ola de gobiernos ultraderechistas y su cada vez más evidente regresión hacia el autoritarismo y la antidemocracia.
En otras palabras, es fundamental reconocer que en esta contienda no se trata solamente de los intereses estratégicos de uno u otro bloque que apoya al gobierno del presidente Boric.
De hecho, la ofensiva arancelaria de Trump, denominada de manera pomposa “Día de la Liberación”, es en realidad una declaración abierta de guerra comercial, que ha sido precedida por despidos masivos e injustificados de trabajadores del sector público a manos de otro magnate excéntrico, Elon Musk, quien busca implementar jornadas laborales de hasta 120 horas por semana, lo que representa un retroceso a las condiciones laborales del inicio de la Revolución Industrial en 1776.
A esto se añaden restricciones a la libertad de expresión y de circulación, la pérdida de derechos para las minorías de género, y el intento expansionista por anexar territorios que pertenecen a otras naciones, cuando no a las mismas naciones. La separación de poderes, un rasgo distintivo de las democracias liberales, es constantemente vulnerada.
En este contexto, también presenciamos el desprestigio continuo de Trump y su administración hacia las instituciones internacionales establecidas tras la Segunda Guerra Mundial. Vale la pena señalar que la institucionalidad mundial ya mostraba signos de debilitamiento mucho antes de la llegada de Trump al poder, así como las crisis que esa institucionalidad permitió pasar, lo que ha alimentado el descontento social y ha generado un desprestigio de la democracia.
Entre estas crisis se encuentra el cambio climático, una problemática que los científicos han estado advirtiendo desde la década de 1970. Si al principio se hablaba de un cambio, 65 años después nos enfrentamos a una crisis climática evidente.
Las desigualdades a nivel global han aumentado a medida que el capitalismo neoliberal se ha consolidado, extendiéndose la globalización y concentrándose la riqueza en un 1% de la población que se beneficia de ella, junto con la desindustrialización y la precarización del trabajo, así como el desprestigio de las instituciones democráticas en general, particularmente en lo que respecta a la crisis del sistema de representación política, entre otros.
Sin disimulo, vemos ataques directos a los logros civilizatorios en términos de derechos universales. Se trata de ofensivas simultáneas contra los tres tipos de derechos que definen al Estado democrático moderno: derechos civiles y políticos; derechos económicos y sociales; y derechos culturales y reproductivos, especialmente en países con sistemas de bienestar social.
La defensa de estos derechos es doblemente crucial, especialmente considerando que han sido conquistados tras profundos desgarramientos sociales. Ya sea que estos hayan sido provocados por guerras, dictaduras o regímenes opresivos, han dejado heridas abiertas difíciles de sanar en los lugares donde se han violado. Recordemos que en la Chile de la dictadura, el simple hecho de poder elegir democráticamente a nuestras autoridades costó persecuciones y muertes.
En el contexto actual, marcado por la inminencia del proceso electoral, es innegable que la derecha chilena, en sus diversas manifestaciones, se alineará sin ambages con la tendencia regresiva de la ultraderecha internacional liderada por Trump.
Parece de sentido común que, ante los inminentes riesgos de involución en términos de derechos, que solo incrementarán la pobreza, el desarraigo social, la delincuencia y la violencia, el mundo progresista y de izquierda debe unirse para enfrentar el próximo periodo electoral.
Por supuesto, nadie puede ignorar el dolor que representa para la cultura socialista la destitución de la senadora Isabel Allende por parte del Tribunal Constitucional, una dirigente comprometida a lo largo de su vida, conocida por su defensa de los Derechos Humanos, su lucha por recuperar la democracia en los años oscuros de la dictadura y su compromiso con la igualdad de derechos para las mujeres.
Sin embargo, con humildad, los líderes políticos de todas las corrientes progresistas y de izquierda, especialmente aquellos directamente involucrados, como el gobierno, el Frente Amplio y el PS, deben asumir su cuota de responsabilidad y buscar el camino adecuado para reencauzar los esfuerzos unitarios necesarios.
Para no repetir un lema ya conocido: los momentos difíciles se resuelven mediante un diálogo honesto, respetuoso y con la cabeza fría.
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