Desde Madrid
Desde hace mucho tiempo sostengo algo que parece evidente: las guerras representan un fracaso de la inteligencia humana. Cuando se terminan las palabras, el diálogo y los acuerdos, y se recurre a la eliminación física del adversario, es porque hemos perdido nuestra capacidad de razonar, de comunicar nuestras ideas y de persuadir en busca de soluciones basadas en el sentido común. Así, los seres humanos retrocedemos a un estado primario, similar al de bestias.
Esto es lo que ocurre en una región sensible del mundo. Un lugar que simbolizó la capacidad de la humanidad para levantarse de la brutalidad de la guerra y el asesinato masivo, y retornar a acuerdos fundamentales para evitar repetir la historia.
Hoy, Palestina es el grito ahogado en sangre que se eleva desde Gaza, denunciando cómo la locura del genocidio vuelve a ensombrecer a la Humanidad.
Asimismo, hemos afirmado que las acciones terroristas son precursors de la brutalidad genocida. La violencia únicamente engendra más violencia, desembocando en reacciones irracionales. No existen justificaciones suficientes para actuar de este modo, y por eso hemos denunciado el ataque sorpresivo de Hamas contra un grupo de jóvenes en un concierto.
La respuesta inicial se enmarcó en la defensa ante una agresión indiscriminada, conocida como “defensa propia”. Sin embargo, si dicha respuesta se desvía de los límites aceptables —fundamentados en la devastadora experiencia de guerras globales—, se vuelve inaceptable. Aún más, si esa reacción se convierte en desproporcionada y se encamina hacia el genocidio. Esto es rechazado abiertamente por la conciencia global.
¿Qué podemos hacer ante la sordera de los genocidas? Creo que la humanidad dispone de herramientas de presión efectivas para castigar a quienes ordenan acciones desmedidas. Primero, a través de declaraciones bien fundamentadas que nos distingan de quienes actúan irracionalmente. Luego, mediante argumentos materiales que les hagan entender que su propia estabilidad depende de otros países. Esto incluye castigos morales, censuras éticas y presiones económicas que les impidan vivir en paz.
En el desgarrador escenario de los palestinos en Gaza, que son tratados como animales y asesinados con bombas, la intención es llevar a cabo un genocidio frío y calculado. Son tan irracionales que no comprenden que Palestina es un símbolo, un anhelo y un derecho de humanos que buscan vivir en paz y progreso.
La humanidad se indigna, tal como lo hizo en los años 40 durante otro genocidio. Lo más alarmante es que quienes hoy perpetúan esta violencia son los descendientes de aquellas víctimas. La sensibilidad ante tal barbarie puede llevar a algunos a actuar de manera violenta, como el autor de un ataque mortal a funcionarios de la Embajada de Israel en Washington. Aunque comprensible, esa rabia no justifica el asesinato; caer en esa trampa sería igualarse a los genocidas.
La humanidad comienza a reaccionar castigando a los responsables, apretando las tuercas en lo moral, ético y económico. Los aísla, pero al mismo tiempo afloja las cadenas que oprimen a los sufrientes. Empiezan a aparecer destellos de esperanza; la terquedad de los opresores cede y comienza a llegar ayuda en forma de camiones con alimentos y suministros. Además, aviones cargados de solidaridad sobrevolan Gaza, lanzando paracaídas con vida y esperanza para los sobrevivientes.
No deseamos llegar a extremos brutales y dramáticos con consecuencias devastadoras. Anhelamos que la razón y el sentido común prevalezcan, que la inteligencia ilumine esta oscuridad y recuperemos la moral y ética necesarias para retomar el camino hacia el desarrollo en paz y libertad, avanzando juntos en el más amplio sentido de la humanidad.
Con Información de desenfoque.cl