Aquí tienes el contenido reescrito:
Descubrí la noticia mientras leía el periódico.
Los medios de comunicación, actuando como los mayores de las redes sociales, continúan cumpliendo su función tradicional: ser un puente entre nosotros y la realidad que nos rodea, aquella que no podemos captar a través de nuestros sentidos. Aunque hoy en día, la noción de realidad sea un concepto debatible. Pero esa es otra cuestión.
Esto ocurrió a mediados de enero. El Divisadero titula: “Recuerdos y alegría en la comunidad por la demolición de un antiguo edificio que dará lugar al CFT estatal de Aysén”.
El artículo detallaba la historia de la emblemática y antigua construcción de hormigón que se ubica justo después del puente Presidente Ibáñez en Puerto Aysén. La nota recordaba que allí funcionó “el primer canal de televisión local, así como una emisora FM que emitió desde ese lugar. Servicios públicos como Conaf, Sernapesca, Injuv, entre otros, estuvieron en el antiguo edificio de servicios públicos de Ribera Sur”.
Cualquiera que haya visitado esta ciudad costera, que fue la capital de la provincia de Aysén, seguramente se ha encontrado con el edificio que albergaba diversos servicios públicos. Esta imponente construcción de concreto, ahora en proceso de demolición, facilitará “la creación de una nueva y moderna infraestructura que formará parte de la educación superior en la zona”, afirmaba el diario.
La instalación de un nuevo Centro de Formación Técnica en Puerto Aysén es, sin duda, una excelente noticia. Un deseo histórico que permitirá a los jóvenes de la región acceder a una formación técnica profesional, alineada con el interés público de las entidades estatales. Esto quedó evidente en las manifestaciones de satisfacción de autoridades locales, regionales y usuarios.
Definitivamente, enfatizamos que la creación de un Centro de Formación Técnica estatal es un logro significativo.
Sin embargo, un aspecto que llamó mi atención fue que la demolición se consideraba una condición sine qua non para la instalación del CFT, es decir, que la antigua edificación se había convertido en un impedimento para que los jóvenes de la región pudieran proseguir sus estudios superiores técnicos. En otras palabras, se afirmaba que no había alternativa a la demolición si se deseaba avanzar en este proyecto.
El alcalde Luis Martínez lo expresó claramente: “sin duda, se va una parte de la historia, pero se reemplaza por algo mejor, un lugar para la educación, un nuevo espacio que destacará, lo que permitirá que la ciudad también crezca de manera diferente hacia la Ribera Sur.”
Este dilema no es auténtico. Levantar el CFT en el sitio donde se encuentra el edificio de servicios públicos no es, estrictamente hablando, la única solución posible al problema; es solo una opción entre varias alternativas. La verdadera cuestión siempre fue encontrar un lugar adecuado para la nueva infraestructura, que es necesaria, no que la existencia de la edificación histórica supusiera un obstáculo para su realización.
Este debate, que en tiempos de productividad puede parecer trivial, es fundamental al considerar el desarrollo de Aysén, incluyendo la protección del patrimonio histórico que nos han legado generaciones pasadas.
El exalcalde Oscar Catalán, hace casi diez años, había subrayado la relevancia de la obra pública para la memoria, cuando en 2017 se discutió su remodelación. Hizo un llamado al “respeto por la historia de Aysén”, citando una consulta realizada por el municipio, en la que “la mayoría de quienes respondieron consideraron que debía remodelarse, respetando nuestras tradiciones y el primer edificio de altura que tuvo Aysén”.
Sin duda, existen múltiples factores que deben ser considerados al diseñar políticas públicas. Es probable que remodelar la actual edificación tuviera implicaciones en costos (mantenimiento, recuperación, etc.), tiempo, especialización, entre otros aspectos. Además, se suma el problema de que hoy se ha convertido en un espacio desocupado que podría propiciar conductas indeseadas.
No obstante, el análisis correcto debe incluir necesariamente un marco lógico básico para tomar las mejores decisiones. Entre esas decisiones se encuentra no confundir los problemas con la ausencia de alguna de las opciones de solución.
Recientemente, recordé lo que sucedió en Nueva York con el patrimonio de la isla Ellis, un lugar del Atlántico por donde ingresaban los inmigrantes a Estados Unidos. Se conservó una parte importante de ese patrimonio, manteniendo intactos sectores considerados esenciales:
“Una mica transparente cubre y protege una parte del muro que no se perdió en el olvido. En este fragmento del pasado se pueden observar las marcas que dejaron a principios del siglo XX quienes, transitoriamente, habitaron estos espacios”, mencionaba en la columna “El valor de conservar la historia. Y hacía referencia a una placa conmemorativa: “GRAFITI: De 1900 a 1939, esta sala fue utilizada por personas que esperaban testificar ante una Junta de Investigación Especial, representando a familiares y amigos inmigrantes. Este fragmento de grafiti incluye dibujos e inscripciones de aquellos años, a comienzos del 1900”.
Lo que protege el plástico son garabatos, rayones y pequeños textos que no cumplirían con los estándares modernos. Aún así, se tomó la decisión de conservarlo.
Hoy, cuando se promueve con fuerza el concepto de progreso, es fundamental incorporar más variables en la discusión. Las económicas, por supuesto, pero también las técnicas relacionadas con la ingeniería, así como las ambientales y sociales, que incluyan el valor patrimonial.
Por Patricio Segura
Fuente fotografía
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