Propuesta Programática de Carolina Tohá: Un (ante)programa inclusivo y un proyecto colaborativo.

El programa presentado por Carolina Tohá para las primarias del oficialismo representa un avance significativo en la discusión presidencial del progresismo. Su mera existencia indica seriedad, vocación de gobierno y respeto hacia la ciudadanía. No se trata, como en tantas ocasiones, de un conjunto de promesas vacías, sino de un esfuerzo por establecer un proyecto de país que reconozca los desafíos actuales sin recurrir a viejas fórmulas: el populismo temporal o diagnósticos obsoletos.

Tohá ha estructurado su propuesta en tres pilares: progreso, seguridad y bienestar compartido. Desde una perspectiva socialista, se pueden identificar varias líneas en este documento que resuenan con tradiciones del socialismo chileno: la centralidad del Estado como garante de derechos, la necesidad de una reforma tributaria para sostener un nuevo pacto social, el reconocimiento de la crisis climática como un fenómeno estructural y una concepción amplia del bienestar que trasciende el ingreso, abarcando también la seguridad, servicios públicos sólidos y relaciones sociales sostenibles.

Es notable la intención de articular gobernabilidad y cambio, conceptos que a menudo se presentan como opuestos, como si la estabilidad fuera incompatible con las transformaciones sociales.

Sin embargo, uno de los méritos más destacados del texto es que no busca cerrar el debate. Como ha indicado la candidata, es un anteprograma: no una síntesis definitiva ni un recetario, sino una invitación abierta. Esta disposición, de someter las propuestas a la deliberación política y ciudadana, es un gesto valioso en un tiempo de soluciones rápidas y eslóganes vacíos.

En esa línea, el Partido Socialista ha organizado jornadas de análisis y discusión, no solo para expresar apoyo, sino también para contribuir a este esfuerzo. Porque el socialismo ha aprendido que un programa de gobierno es, por su naturaleza, una obra colectiva. De esos encuentros han surgido propuestas concretas que enriquecen el texto, transformándolo en un punto de partida en lugar de un cierre anticipado.

Por ejemplo, avanzar hacia un modelo de desarrollo que no se limite a corregir desigualdades mediante mecanismos redistributivos tradicionales —como los subsidios—, sino que promueva un crecimiento sostenido, con productividad e inclusión social, basado en un uso responsable de los recursos públicos. Un modelo que entienda que la sostenibilidad, ya sea ambiental, fiscal o social, es una condición esencial para el progreso y el bienestar.

También es crucial articular de manera más profunda la seguridad ciudadana con la cohesión social. Sin comunidad, no hay seguridad posible. Asimismo, es indispensable adoptar un enfoque más robusto sobre la salud como derecho y sistema, incluyendo su dimensión subjetiva y preventiva: la salud mental no puede seguir estando al margen de la planificación sanitaria.

De forma aún más urgente, el programa debe mirar directamente al mundo del trabajo. No como una simple variable económica, sino como el núcleo de cualquier proyecto progresista. El trabajo no debe ser un lugar de incertidumbre, sobrecarga e invisibilidad. Sin dignidad en el trabajo, hablar de justicia social se convierte en una consigna vacía.

Ahora bien, no basta con establecer objetivos. No se trata solo de acumular datos o estadísticas, sino de plantear una pregunta fundamental: ¿qué noción de bienestar y progreso se desea promover? ¿Un conjunto de derechos más amplio o una forma de existencia menos marcada por la competencia?

Recordar esto es esencial, ya que la política no solo organiza medios y fines, sino que también otorga sentido. Y este sentido, escaso pero necesario, no surge de diagnósticos ni cifras, sino de la capacidad de articular aspiraciones colectivas que van más allá de lo plausible. En última instancia, se trata de recuperar lo que el neoliberalismo desactivó con eficacia: la posibilidad de lo nuevo, así como las bases para repensar lo deseable, lo posible y lo necesario.

También surge la pregunta habitual: ¿este programa representa una continuidad o una superación del gobierno del cual la candidata formó parte? La respuesta, aunque no es explícita, se insinúa en el tono y la estructura del texto. No hay ruptura, pero tampoco una defensa incondicional. Lo que hay es una voluntad de proyectar aprendizajes, de capitalizar lo logrado, corregir lo que falló y reconocer los límites sin reproches. Plantear esta disyuntiva como una oposición irreconciliable resulta estéril, especialmente cuando los desafíos del país —por lo realizado y por lo que no se logró— ya no son exactamente los mismos.

Por lo tanto, más que señalar ausencias, el desafío es prolongar el gesto político que ya se ha iniciado: enriquecer el programa para que sea también una expresión del país que deseamos. Un país que no se construye en soledad ni en nombre de nadie, sino con otros: con los de siempre y con los que vendrán. Ese es, en última instancia, el espíritu más genuino de un socialismo democrático: transformar con responsabilidad, gobernar con convicción y proponer sin temor a escuchar.

Con Información de pagina19.cl

Publicidad

Comparte:

Popular

Relacionado
Relacionado