Por Mario Valdivia, escritor
En términos generales, la educación se basa en una premisa contraria: las cosas y las personas que nos rodean están definidas de manera independiente de nuestras acciones, es decir, de la forma en que las comprendemos y nos relacionamos con ellas. Los educadores (y padres) suelen ser los primeros en asumir que encuentran a estudiantes que son buenos o malos independientemente de sus métodos pedagógicos y formativos.
Las instituciones que nos afectan – como constituciones, leyes y estructuras de poder – son, sin duda, fruto de nuestras acciones políticas. Si nos parecen ajenas o problemáticas, no son intrínsecamente así; hay quienes se benefician de ellas, y son el resultado de nuestra falta de compromiso o cuidado político. Si analizamos la variedad de objetos que utilizamos y que nos sirven como herramientas – ya sean utensilios, herramientas o dispositivos para descansar, producir, transportar y comunicarnos – es evidente que nosotros los creamos al usarlos de esa manera. Una cultura que se sienta en una posición de loto no crea sillas, ni se enfrenta a ellas cuando se encuentran como artefactos “para sentarse”. En otras palabras, la silla es el resultado de nuestras acciones colectivas. Tengo amigas que no tienen sillas en casa, solo esteritas al estilo indio, ¡que son un poco incómodas para mí!; y un amigo que cuelga CDs de su árbol de damasco para alejar a los loros comilones, ¡y efectivamente funcionan!
¿También moldeamos a las personas según las narrativas que utilizamos para entenderlas y nuestra forma de relacionarnos con ellas? ¿Acerca de mis compañeras, mis hijos, mis amigos y enemigos, mi socio, mis clientes, mi jefe, mis pendientes, mis capitalistas o prestamistas, mis asociados políticos, mis alumnos? Aquí es donde la cuestión se vuelve realmente intrigante, perturbadora y a la vez prometedora. Un cliente insatisfecho, evidentemente, lo está por la manera en que lo percibimos y tratamos, a menos que creamos que hay algo erróneo en él; si esto ocurre con frecuencia, es un indicio de un problema. ¿Nuestra hija tiene bajo rendimiento en matemáticas porque siempre ha sido considerada “mala en esa materia” o debido a la falta de competencia de su profesor? ¿Cuántas veces hemos sido testigos del cambio positivo que trae un nuevo maestro o colegio? ¿Una colega no colabora en equipo porque es inherentemente egoísta, o será que nuestra forma de entender lo que implica trabajar en equipo y de establecer relaciones no concuerda con la suya?
Las situaciones y las personas que nos rodean son el resultado de nuestra forma de entenderlas y de interactuar con ellas. Si el mundo que percibimos es rígido, problemático, complejo, difícil, mediocre o resentido, no es así de manera inherente; es el resultado de nuestras interpretaciones e interacciones. Hacer visibles estas dinámicas para poder intervenir y transformarlas es la clave para apropiar las oportunidades que nos ofrece el mundo en el que vivimos.
Con Información de desenfoque.cl