Nos encontramos en una era donde los avances tecnológicos han crecido de manera asombrosa, trayendo consigo grandes beneficios, así como nuevos desafíos. Un ejemplo relevante es el impacto de la inteligencia artificial (IA) y los algoritmos en nuestra vida cotidiana. Aunque estas innovaciones han facilitado nuestras vidas de maneras inimaginables, también nos han sometido a una vigilancia constante, muchas veces sin que lo notemos plenamente.
No podemos dejar de recordar la famosa película Enemigo Público al reflexionar sobre el entorno digital actual. En la historia, el protagonista se percata de que estamos siendo vigilados y controlados por un sistema invisible que puede rastrear nuestros movimientos en tiempo real. En la actualidad, aunque no estamos en una persecución al estilo de Hollywood, enfrentamos una situación semejante, donde los algoritmos de la inteligencia artificial son los que nos “observan”.
Con solo hacer una búsqueda en internet o mostrar interés en un producto, nuestras redes sociales se ven inundadas casi al instante con anuncios relacionados, y nuestras plataformas de entretenimiento comienzan a sugerir contenidos vinculados a lo que ya hemos visto. Esta personalización, que parece tan útil, nos conduce a un terreno riesgoso: empezamos a consumir solo aquello que ya conocemos y nos agrada. Este fenómeno, en lugar de abrirnos a nuevas experiencias, puede limitar nuestras perspectivas y restringir nuestras elecciones.
El algoritmo, alimentado por nuestros datos, se convierte en un reflejo que muestra únicamente lo que ya hemos exhibido. Mientras tanto, las pequeñas empresas y las voces alternativas quedan relegadas, ignoradas por la dominancia de los grandes intereses comerciales que imperan en el ámbito digital. Lo que alguna vez se vio como una herramienta útil para encontrar lo que deseamos, hoy en día se transforma en una trampa que disminuye nuestra autonomía, nos aísla de otras ideas y restringe las oportunidades a nuestra disposición.
¿Debemos aceptar este control de manera pasiva? La respuesta es un contundente no. A pesar de que la inteligencia artificial y los algoritmos son herramientas poderosas que pueden enriquecer nuestra experiencia digital, no debemos permitir que nos dominen. Es esencial que seamos conscientes de este proceso y que busquemos activamente romper el ciclo de la previsibilidad. Debemos aventurarnos a explorar nuevos contenidos, cuestionar nuestras preferencias y mantener una mente abierta a la diversidad de voces y propuestas que existen más allá de nuestras burbujas digitales.
La clave está en usar estas herramientas de manera consciente. No debemos dejar que la tecnología dicte nuestras decisiones; en cambio, debemos aprovecharla para enriquecer nuestras vidas y ampliar nuestros horizontes. Al final, somos nosotros quienes debemos tener el control sobre la inteligencia artificial y no al revés. Si logramos alcanzarlo, podremos disfrutar de los avances tecnológicos sin sacrificar nuestra autonomía, nuestra capacidad de asombro y, lo más importante, nuestra libertad.
Con Información de chilelindo.org