¿Podemos realmente hablar de calidad educativa si a la vez negamos el derecho a aprender de ciertos estudiantes? Esta semana, en el Internado Nacional Barros Arana (INBA), uno de los liceos más representativos del país, se hizo público un audio del rector interino que ha generado gran conmoción: «Con esta cantidad de estudiantes dentro del espectro autista, no hay posibilidad de volver a tener excelencia académica en el corto plazo», expresó.
Sus declaraciones no solo provocaron indignación, sino que también encendieron una alerta inmediata. Más allá de la disculpa ofrecida posteriormente, lo que se evidenció es una perspectiva peligrosa: la noción de que algunos estudiantes son un impedimento para los logros académicos, una carga que frena el avance.
¿Es eso lo que pensamos en Chile? ¿Que la inclusión debilita, que la diferencia menoscaba?
La respuesta, desde un enfoque pedagógico y ético, es clara: no. La inclusión no debilita la educación; la enriquece. Así lo ha manifestado la UNESCO, al subrayar que no puede haber calidad sin equidad. La OCDE lo respalda al señalar que los sistemas educativos más sólidos y sostenibles son aquellos que integran la diversidad con apoyos efectivos y un firme compromiso institucional. El Ministerio de Educación en Chile también lo ha reiterado: no es suficiente con abrir las puertas; es esencial transformar la escuela para que todos y todas puedan aprender con significado y dignidad.
Entonces, ¿qué es lo que nos está fallando? Tal vez hemos progresado en leyes, diagnósticos y discursos, pero aún no hemos cambiado suficientemente las creencias que perciben la diversidad como un problema en lugar de una fortaleza. Y eso duele. Porque detrás de cada declaración del rector, hay estudiantes que escuchan que no son bienvenidos, que no encajan, que sobran.
Lo más alarmante es que las autoridades decidieron mantenerlo en el cargo. ¿Qué mensaje enviamos al país cuando normalizamos la exclusión desde lo más alto de una institución pública? ¿Cómo podemos exigir a los docentes que promuevan la inclusión si el liderazgo escolar no la representa?
Este no es un caso aislado. Es un síntoma de una problemática mayor. Nos revela que todavía hay quienes creen que la excelencia se obtiene dejando a algunos fuera. Pero quizás la verdadera excelencia radica precisamente en lo opuesto: en lograr que todos aprendan, en reconocer las diversas formas de ser y estar, y en crear comunidades escolares donde nadie tenga que pedir permiso para existir.
No se trata de cancelar a una persona, sino de asumir la responsabilidad del modelo educativo que queremos construir. Porque si confundimos inclusión con una pérdida de calidad, entonces no hemos aprendido nada.
Por Juan Pablo Catalán, (académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la U. Andrés Bello)
Con Información de hoysantiago.cl