Mi reciente columna titulada “SERVICIO PÚBLICO Y POLÍTICA: PROBIDAD VERSUS CORRUPCIÓN” generó reacciones diversas y relevantes en mis redes sociales a lo largo de varios países de Latinoamérica. Es evidente que la problemática de la corrupción y el soborno está muy extendida. Algunos critican al sector público, otros a los privados; algunos consideran que se trata de un problema aislado, mientras que otros lo ven como algo estructural. Algunos lo catalogan como un fenómeno restringido, mientras que otros sostienen que está en constante expansión. He escuchado de funcionarios públicos que, por actuar con honestidad y rectitud, han sido penalizados, considerados disfuncionales, desleales y carentes de compromiso, lo que ha llevado a que sean relegados a posiciones periféricas o incluso despedidos. Desde el sector privado, se menciona la existencia de mafias internas, tanto en entidades públicas como en grandes empresas, que obstaculizan el avance de proyectos exigiendo coimas o sobornos. Hubo quienes reaccionaron de manera negativa a la discusión de estos temas complejos, mientras que otros, resignados, indicaron que prevén destinar entre un 5 y un 10 % de sus proyectos a coimas y corruptelas, alegando que, por el momento, es la única forma de sortear imprevistos. En algunos contextos, se culpa a la política y a los políticos, bien por su omisión y permisividad o bien por su acción y complicidad.
Lo cierto es que todos coinciden en que ser honesto y recto no está en boga; más bien, se ve como disfuncional y perjudicial para hacer negocios o llevar a cabo proyectos. Estas dificultades están en un proceso de normalización, es decir, se están asumiendo como normales situaciones que son completamente anormales e inaceptables. Esto refleja un relativismo ético, resultado de la banalidad y la laxitud en materia ética. Hasta este punto, solo hemos tratado de corrupción y soborno. Ni siquiera hemos mencionado el Crimen Organizado, el Narcotráfico y la Narcopolítica, entre otros males.
Las reacciones dicotómicas me recordaron dos principios del Hermetismo, que por su profundidad son de gran relevancia: Primero, la Ley de la Causalidad: toda causa tiene un efecto y todo efecto tiene una causa. Nada sucede por casualidad, todo tiene una razón de ser. Segundo, el Principio de la Correspondencia: lo que sucede arriba es reflejo de lo que ocurre abajo; lo interno se manifiesta en lo externo y viceversa. Esta sabiduría ancestral es aplicable a la problemática que estamos analizando. Cada persona debe asumir su propia realidad y sus circunstancias.
Existen países que han enfrentado este desafío con seriedad y están logrando recuperarse de estos flagelos ético-sociales: Primero, el Reino Unido, con el UK Bribery Act, una legislación extraterritorial que se aplica a organizaciones que realizan negocios en su territorio, independientemente de su lugar de origen, que sanciona tanto el soborno activo (ofrecer sobornos) como el pasivo (recibir sobornos), ofreciendo un enfoque más preciso que la corrupción en general. Además, penaliza la “no prevención del soborno”, responsabilizando a las organizaciones por no implementar medidas adecuadas para prevenirlo; estas deben contar con procedimientos adecuados en vigor, con una aplicación estricta y severas sanciones. Otras referencias incluyen: Segundo, en EE. UU., el Foreign Corrupt Practices Act, que prohíbe el soborno a funcionarios para obtener o retener negocios e incluye disposiciones sobre la precisión de registros contables y sistemas de control interno. Tercero, en Chile, la ley 20.393, que establece la responsabilidad penal de las personas jurídicas en casos de soborno, lavado de activos y financiamiento del terrorismo, centrándose en la falta de supervisión y control empresarial, y fomentando la adopción de modelos de prevención delictiva para mitigar la responsabilidad penal.
Para que el mal no continúe expandiéndose (y prevaleciendo) se necesita decisión y acción coordinada, reconociendo que no se trata solo de leyes, sino de un problema cultural y de valores. La probidad y la honestidad son valores que deben ser defendidos y promovidos. El silencio… implica complicidad con la corrupción. ¡Que lo entienda quien tiene la capacidad de entender! Ojalá que “el bien actúe con coherencia, oportunidad, pertinencia y honestidad para contener al mal”. Espero que estas ideas se pongan de moda. ¡Así sea!
*Carlos Cantero es Geógrafo y Doctor en Sociología.
Con Información de desenfoque.cl