Ética en Chile: Análisis de aspectos a modificar y preservar.

En relación a las publicaciones en las que busco fomentar el pensamiento crítico, reflexionar y denunciar la corrupción, la falta de probidad, el soborno, el cohecho, el tráfico de influencias, abusos, ilegalidades y las complicidades en los ámbitos público y privado, muchas personas de diferentes estratos sociales, culturales, políticos y económicos me preguntan: ¿Cuál es el sentido de estas acciones? ¿Qué estoy tratando de lograr? En mi opinión, estas reacciones reflejan una normalización de lo anormal. La gente de bien constituye la mayoría, pero su actitud suele ser pasiva y permisiva. Algunos están acostumbrados, otros argumentan que las cosas son así y que no se puede hacer nada más que adaptarse. La mayoría muestra indiferencia, algunos se sienten desconectados o están demasiado ocupados. Solo unos pocos se preocupan genuinamente por la degradación social y ética. Por otro lado, las instituciones y la estructura social parecen incapaces de generar las condiciones necesarias para el progreso y la paz en la sociedad. Este estado alterado (anomia) impacta negativamente en el país y en la calidad de vida cotidiana de las personas.

Destaco la notable expansión de la pandemia de degradación ética. La escasa inmunidad y la debilidad institucional frente a este flagelo generan un alto contagio social que atraviesa todas las clases sociales, políticas, generacionales y económicas. Esto afecta profundamente al sentido del ser humano, provocando un cambio en la visión de la vida. Sin embargo, hay quienes consideran que esto es una simple normalidad, un ciclo recurrente: “Nada nuevo bajo el sol”. Vale la pena cuestionarnos: ¿Está ocurriendo una degradación de los principios y valores éticos en la sociedad actual? ¿Han perdido relevancia las instituciones que promueven la ética? ¿Es esta convulsión social una anormalidad pasajera?

Considero que el mundo se rige por la Ley del Gradiente, por fuerzas opuestas y complementarias que dan movimiento, en un equilibrio eterno entre cambio y conservación. Existe una tensión dinámica, constante, copulativa y recursiva, entre orden y caos. Esto ha sido la norma a lo largo de la historia, con avances y retrocesos. El cambio estructural siempre halla un límite en lo que se conserva: por ejemplo, en ser honesto, respetuoso, etc. En el ámbito conductual y socio-relacional, el cambio está definido por los principios: esas normas, reglas, creencias y valores que orientan las acciones y decisiones de las personas, constituyendo la base de la conducta humana y determinando la cultura y nuestra forma de interactuar en el mundo. Eso es lo que nos une y nos convoca, algo que debemos cuidar. No son asuntos secundarios ni meramente políticos, sino la permanencia de principios y valores fundamentales que forman la sociedad.

Hoy por hoy, la sociedad carece de instituciones de referencia ética que, con respeto y horizontalidad, fomenten el diálogo y la reflexión. En mi percepción, hemos entrado en un proceso dinámico de flujo y reflujo que ha debilitado la validez de nuestros principios y valores. Se permite que las cosas fluyan y sucedan sin reparos, límites o reacciones. Si una persona o institución se manifiesta como ética y no actúa en medio de una de las crisis éticas más severas en décadas o siglos, es evidente que algo no marcha bien. Para entender estos cambios dinámicos, debemos recordar la enseñanza de la sabiduría ancestral: lo que ocurre arriba se refleja abajo; lo que está dentro se manifiesta afuera. Nada es casualidad, todo responde a una causalidad en nuestra realidad. Ningún aspecto escapa a estas leyes, ni al Principio Monista: todos somos uno y uno somos todos. Nadie está fuera de esto, somos unidad y unicidad. A la luz de esta sabiduría, se hace evidente la magnitud estructural de la crisis ética que nos envuelve y nos involucra a todos.

Es fundamental activar la gran cadena universal del bien, convocar, reunir y coordinar esfuerzos. El bien se fortalece cuando sus principios y valores son promovidos y preservados. Debemos reaccionar y buscar consensos antes de que sea demasiado tarde. No podemos permitir que crezca el mal, ni dar espacio a quienes siembran división, polarización o confrontación. Nuestro futuro depende de nuestras acciones. Frente al mal, frente a los atropellos a la ética y a la probidad, no existe la neutralidad; si no actuamos, estamos siendo cómplices. No podemos seguir con lo mismo de siempre. Debemos promover la excelencia y el compromiso ético. ¡Que así sea!

*Carlos Cantero Ojeda es geógrafo y doctor en sociología.

Con Información de desenfoque.cl

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