Sure, aquí tienes una versión reescrita del contenido:
—
FRANCISCO, al partir, nos dejó un legado de ideas y consejos que reflejan, en esencia, el profundo pensamiento de su vida.
“Sigan haciendo lío”, les decía a los jóvenes, para que no se mantengan indiferentes ante los cambios vertiginosos que la sociedad global impone: mis queridos rebeldes del bien, no permitan que les roben la alegría ni la capacidad de sorprenderse.
A los sacerdotes, obispos y a toda la Iglesia, les instó a no convertirse en meros funcionarios de lo sagrado. Sean pastores, con las manos manchadas de servicio y el corazón ardiendo en ternura. Reiteró esta enseñanza a sus hermanos del clero en múltiples ocasiones.
Cuiden de la Tierra y defiendan la dignidad humana. Al compartir la mesa, dejen un lugar vacío, un espacio para el pobre, para Jesús. Esta fue siempre su prioridad pastoral: los marginados de su país y del mundo.
Dios no se ha ido. Está contigo, aunque lo sientas distante. Él camina a tu lado en los momentos difíciles. Yo me despido en paz. No porque no haya dolor, sino porque confío en ustedes, en su compasión, en su alegría, en su fe, aunque sea tan pequeña como una semilla de mostaza.
No esperen a que el mundo cambie; sean ustedes el motor del cambio. Es nuestra misión transformar la sociedad actual en algo más justo. ¡Ahora! Mañana podría ser demasiado tarde, con consecuencias imprevisibles y devastadoras.
En sus últimos momentos, el Papa mostró la claridad necesaria para transmitir el verdadero significado de su vida sacerdotal. Su mensaje era para toda la humanidad, cristianos o no, sin distinción de raza, color, género o condición social. Su misión abarcaba a todos como hijos e hijas del mismo Dios.
Con su característica sencillez y humildad, buscó siempre ser entendido, dejándonos su precioso testimonio final. Una carta que pretende conmover y no perturbar, ayudándonos a encontrar el verdadero sentido de la vida en su plenitud.
MARIO BERGOGLIO fue un sacerdote argentino que cruzó la Cordillera de los Andes para completar su formación en el seminario jesuita San Alberto Hurtado, donde permaneció más de dos años preparándose para enfrentar el mundo real.
Chile le abrió las puertas, y junto a otros jesuitas, vivió la pobreza, el abuso hacia los trabajadores, la explotación infantil y el maltrato a las mujeres, personas que sobrevivían en precarias condiciones en las ciudades de ayer y los campamentos ilegales de hoy, donde ni un techo tienen sobre sus cabezas.
La realidad no era diferente en los barrios marginales de Buenos Aires, donde ejerció como “cura” de barrio en una zona desolada, un reflejo de la corrupción generalizada en una Argentina, rica pero marcada por el desprecio hacia quienes verdaderamente la sirvieron, como él.
Compartió con su amigo Jorge Luis Borges: “Creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos”, una frase mordaz dirigida a los gobernantes corruptos.
Mantuvo una profunda amistad con el Cardenal Raúl Silva Henríquez, cuando ambos eran obispos. Juntos, en Puebla (1979), elevaron su voz por los pobres en América Latina. Posteriormente, con Juan Pablo II, impulsaron la idea de que “los pobres no pueden esperar”. Benedicto XVI, en Aparecida (2007), dio un paso decisivo por una Iglesia que debía hacerse presente.
Tras cinco rondas de votación en 2013, fue elegido el primer Papa latinoamericano y el primer jesuita en asumir el peso de la cruz de una Iglesia en crisis, en medio de un cisma eclesiástico que se extendía por el mundo católico.
Fue lanzado a las garras del Vaticano, donde solo se conocía una parte de la profunda degradación que afectaba a muchas diócesis, incluida la suya, marcada por escándalos de pedofilia y una incontrolable codicia por el poder y la riqueza por parte de cada cardenal, obispo o sacerdote.
La fe que sostiene a la Iglesia Católica se ha ido desvaneciendo. Los fieles se alejaron, con razón, de sus parroquias. Lo más grave: sus líderes se convirtieron en ídolos de barro. La conferencia episcopal chilena tuvo que renunciar en su totalidad debido a los abusos cometidos. Esta es una mancha que persistirá hasta que los culpables, dondequiera que estén, sean severamente castigados.
Mario dedicó su vida al servicio de Cristo, con una mística natural. Francisco vivió doce difíciles años como Papa: nunca querría que le atribuyan milagros para canonizarlo, porque jamás encontraría paz.
—
Si necesitas más ajustes, no dudes en decírmelo.
Con Información de desenfoque.cl