El pensador innovador que desafía las normas establecidas.

Por Odette Magnet

 

Todo está dicho, Pepe. Nos queda tu ausencia, que pesa en el alma como un manto. Con labios agrietados por la tristeza, nos sentimos huérfanos. Sabíamos que podía ocurrir en cualquier momento -una muerte anunciada-, pero eso no disminuye el dolor. Te fuiste una semana antes de cumplir 90 años, en silencio, sin alardes. Así eras: sobrio, humilde, austero, como un franciscano. “Dicen que soy un presidente pobre. Pobres son quienes requieren mucho. Aprendí a vivir ligero”, afirmaste hace poco. Y así es como partiste.

América Latina lleva luto: los presidentes destacan tu liderazgo, tu vida y tu calidez. Solo Milei guarda un silencio elocuente. Tu presidente Yamandú Orsi declaró en redes: “Militante, referente y líder. Te extrañaremos mucho, querido viejo. Gracias por todo lo que diste y por tu inmenso amor hacia tu pueblo.” Te llamaban el revolucionario tranquilo, el carismático ex guerrillero, el tupamaro transformado en leyenda, ícono de la izquierda latinoamericana y modelo a seguir por generaciones enteras. Un ser singular, como te definiste alguna vez.

En 1964, Mujica se unió a los tupamaros y fue arrestado tras un intento de asalto a Sudamtex en Montevideo. Entró en clandestinidad cinco años después. Durante la dictadura uruguaya, participó en la toma de Pando y se enfrentó a la policía con armas, resultando gravemente herido. Escapó en dos ocasiones de la cárcel de Punta Carretas y pasó trece años en condiciones infrahumanas, confinado en un estrecho pozo. “Estuve siete años encerrado, sin un libro, sin nada. Me sacaban una vez al mes a caminar media hora. A punto de perder la cordura, recordé cosas leídas y pensadas en mi juventud,” reflexionó.

Dos de esos años, estuvo en un aljibe, sin luz ni movilidad, bebiendo su propia orina por falta de agua. Perdió todos sus dientes y un riñón, mientras escuchaba voces y hasta descubrió que las hormigas “gritan,” como contó después.

“Te vas físicamente, pero te quedas para siempre. Prometo que el olivo que plantamos florecerá. Un abrazo a Lucía, otra gigante de América, a tu pueblo uruguayo y al mundo que te tomó prestado. Gracias por la vida y las enseñanzas. Contigo será imposible el olvido,” escribió Boric recientemente.

Cierro los ojos y recuerdo tu melena gris y desordenada, tus cejas pobladas, esa mueca que a veces sonreía, tus ojos chispeantes, y tu figura encorvada. Vestías como un campesino, con manchas de barro, una camisa de franela medio metida en el pantalón. A tu lado, Manuela, tu perra de tres patas, y tus animales, el viejo tractor y tu famoso escarabajo, que un jeque árabe quiso comprar por un millón de dólares.

Te encuentras en tu hogar de Rincón del Cerro, donde viviste desde 1985, rodeado de hortalizas. Ahí estás con Lucía Topolansky, a quien conociste en la clandestinidad. Intercambiaron pocas cartas durante tu cautiverio, y al salir de prisión se reencontraron. Ella fue quien te colocó la banda presidencial en 2010, tras llegar al Senado en 2005. Siete años después, se convirtió en vicepresidenta de Tabaré Vázquez.

“El amor tiene edades. Cuando eres joven, es una hoguera; de viejo, es una dulce costumbre. Si estoy vivo es gracias a ella,” dijo Mujica.

-Hasta aquí llegué-, dijiste en enero, al comunicar que el cáncer diagnosticado en tu esófago se había extendido al hígado. Aceptabas la derrota con debilidad, pero con la advertencia: “No vivas temblando ante la muerte. Acéptala como los bichos del monte.”

Ni el poder te alejó de tu rancho. En tu primer día como senador, llegaste en moto y vestido de paisano. Como presidente, rechazaste la alfombra roja y mantuviste tu humildad, cultivando tus crisantemos. Implementaste reformas importantes: despenalizaste el aborto, legalizaste el matrimonio igualitario y el uso de marihuana. Antes, fuiste diputado y senador, y en 2005 ministro de Ganadería y Agricultura. “Pertenezco a una generación que soñó con cambiar el mundo, fui derrotado, pero sigo creyendo que vale la pena luchar por una vida mejor y más justa,” afirmaste durante tu presidencia.

“Soy un anciano a punto de retirarme al lugar del que no se vuelve,” confesaste en octubre. “La muerte es exigente, siempre presente. Pero, sin ella, la vida no sería tan sabrosa, sería aburrida. La muerte hace que la vida sea una aventura.”

 

Con Información de desenfoque.cl

Publicidad

Comparte:

Popular

Relacionado
Relacionado