El impacto del 99% en la redefinición de las normas

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Por Claudio Román romanrisk.com

I. La época distópica y la reconfiguración del poder

Imagina despertarte y darte cuenta de que el delirio se ha convertido en una política de Estado. Lo que ayer parecía una broma hoy es doctrina. Las élites, con la tranquilidad de quienes nunca han pisado una calle, discuten sobre la economía mientras implementan un modelo que sonrojaría a los más arcaicos monarcas absolutistas.

Este es el tiempo distópico que no necesitó ser creado. No requiere literatura ni futuros orwellianos alternativos. Está presente, es real y avanza con la eficacia de un algoritmo diseñado para una única finalidad: acumular poder donde ya existe y desvanecerlo donde aún quedaba alguna posibilidad.

La tecnocasta, esa aristocracia digital que clama por inclusión mientras divide el mundo en redes privadas, ha perfeccionado su maquinaria. Más riqueza para unos pocos, más precariedad administrada para aquellos que ya estaban al borde. Y más negocios locales engullidos sin necesidad de leyes o expropiaciones, solo con la elegante impunidad de una suscripción premium.

La guerra ya no se libra entre ejércitos ni barricadas. Se libra en plataformas. A través de términos y condiciones que garantizan que no haya alternativas. Con modelos de negocio diseñados para absorber clientes, datos y dinero, dejando solo la sombra vacía de lo que fue un comercio independiente.

Las grandes corporaciones han convertido la economía en una pesca de arrastre a nivel global. Y los pequeños negocios, que antes eran el alma de las calles, hoy son simplemente descartes flotando. Cada día se apagan más luces en los vecindarios, cada día un comerciante se resigna a vender a pérdida o cerrar para siempre.

Y si no perteneces al uno por ciento que está diseñando las reglas, ni al diez por ciento que aún espera salvarse, la pregunta se vuelve ineludible:

¿Qué opciones quedan?

II. La ilusión de la resistencia

Durante años, se nos ha presentado la resistencia como un acto de dignidad. Resistir es noble, nos dicen. Resistir es admirable. Resistir es lo que queda cuando todo lo demás fracasa. Y mientras repiten el lema, los escombros de aquellos que creyeron que resistir era suficiente se acumulan en los márgenes de la historia.

La Comuna de París. El “No pasarán” de la España del 36. Chile en el 73. Grandes gestas, finales tristes. La retórica de la resistencia es gloriosa, pero los resultados son siempre los mismos: derrota contundente.

Sin embargo, la izquierda, con su notable capacidad para enamorarse de la derrota, parece haber decidido que su identidad radica en la nostalgia, no en la victoria. Construyó su imaginario sobre la épica de la pérdida y la belleza de la causa no triunfante. El inconveniente es que nadie sigue a un ejército que no avanza.

La derecha, por su parte, reitera su propio evangelio: la libertad. Una libertad que, curiosamente, nunca beneficia al comerciante que intenta mantenerse a flote, ni al trabajador que, con un sueldo que no alcanza para cubrir sus gastos, se da cuenta de que su única opción de “libertad” es elegir entre qué cuentas pagar y qué dejar para más tarde. Mientras las grandes corporaciones disfrutan de ventajas estructurales, los pequeños negocios deben luchar en un ecosistema creado para drenarlos, lleno de costos artificiales, tarifas impuestas por monopolios y obstáculos que les impiden crecer lo suficiente como para ser una amenaza.

Y mientras la izquierda celebra su ética de la derrota y la derecha protege la ficción de competencia, en el medio quedan los mismos de siempre. Los dueños de negocios locales, consumidos sin necesidad de expropiaciones formales: basta con bancos asfixiantes y plataformas que les roban clientes, datos y márgenes. Los jóvenes sin futuro, cuyo único objetivo laboral parece ser convertirse en repartidores, compitiendo contra un algoritmo que decide cuántos kilómetros más podrán aguantar antes de ser descartados.

Pero la batalla ya no es solo de ellos. Ahora se unen los empleados corporativos, engranajes de una maquinaria que los consume lentamente, sacrificando su tiempo, energía y futuro en un juego donde siempre ganan los mismos. Cada mes gastan más persiguiendo el espejismo del ascenso —el auto, el reloj, la membresía, el fin de semana en Instagram— mientras recortan en lo esencial, ajustando el cinturón para mantener su propio reflejo en la vitrina del éxito.

No se trata de resistir. Se trata de ganar. Se trata de avanzar, de tomar lo que es necesario, consolidar lo que se ha ganado y desafiar a quienes todavía se creen invulnerables.

Porque la resistencia es el refugio de quienes han aceptado su destino. El futuro, en cambio, pertenece a quienes comprenden que el poder no se solicita: se toma.

III. De la resistencia a la vanguardia: La Nueva Estrategia

Si la resistencia ha sido la antesala de la derrota, la vanguardia es la única opción que nos queda. No se trata de aguantar, se trata de avanzar. Dejar de ser una reacción y convertirse en una fuerza irreversible.

La clave para conquistar mayorías no está en la nostalgia, sino en construir un futuro irresistible. No basta con existir, hay que crear espacios donde la gente quiera pertenecer. No se trata solo de combatir al enemigo, sino de hacer que otros deseen ser parte del nuevo orden.

Los negocios locales no pueden seguir atrapados en la lógica de la resistencia, repitiendo la misma historia y esperando que el sistema les ofrezca un respiro que nunca llegará. Deben pasar a la vanguardia en la conquista de espacios económicos, comenzando por su propio territorio. No es suficiente con quejarse de las plataformas digitales, las cadenas comerciales o las fintech que actúan como usureras. Hay que disputar cada centímetro del terreno local y digital hasta hacerlas irrelevantes.

Pero no se trata solo de una oportunidad para los dueños de negocios. También es para los miles de jóvenes atrapados en la inacción, que pasan horas en videojuegos no porque sean perezosos, sino porque el mundo real no les presenta otro desafío. Ellos son los operadores naturales de la digitalización masiva y popular. El problema nunca fue que pasaran demasiado tiempo frente a una pantalla. El problema es que nadie les brindó una pantalla con poder real.

Y no solo ellos. También están los profesionales atrapados en estructuras corporativas, los obreros digitales de la tecnocasta, brillantes en su formación, eficaces en su trabajo, pero condenados a ser engranajes en un sistema que no los valora más que para mantener la máquina en funcionamiento. El ascenso social, para ellos, es solo un espejismo disfrazado de bono anual y cafés de especialidad. Cada mes gastan más en el simulacro del éxito, en marcas, en la membresía del gimnasio que jamás utilizan, en suscripciones de contenido que nunca pueden ver. Y mientras tanto, recortan lo básico.

Este nuevo territorio requiere dos tipos de actores: el estratega de traje impecable, frío y letal, capaz de formar alianzas financieras incluso con el establishment, y el ejecutor del caos organizado, el que irrumpe donde todo parece ordenado, desajusta las piezas y reescribe las reglas. Porque esta no es una guerra por sobrevivir. Es una guerra para ganar.

Ganaremos en el terreno que ellos creen que es suyo.

IV. Activos Tóxicos: La nueva arma del mercado

En el antiguo sistema, un Activo Tóxico era considerado una anomalía, un error de cálculo que podría desatar una crisis si se descontrolaba. Un indicio de fragilidad dentro de la maquinaria financiera, un punto ciego que, al estallar, afectaba a bancos, fondos de inversión y gobiernos enteros. Sin embargo, la historia la escriben los vencedores, y lo que antes era un problema se ha transformado en estrategia.

Los negocios locales son los nuevos Activos Tóxicos. No porque estén fracasando, sino porque son incompatibles con el modelo extractivo de la tecnocasta. No pueden ser absorbidos sin ser destruidos, no pueden integrarse sin ser diluidos. Son piezas que no encajan, anomalías que, lejos de ser controladas, pueden multiplicarse hasta transformar la excepción en norma.

El sistema invierte en negocios que refuercen su estructura, en modelos que puedan ser comprados, absorbidos o neutralizados. Pero aquí no. Aquí los Activos Tóxicos se multiplican. Modelos imposibles de integrar en el ecosistema financiero tradicional, nodos de autonomía que se expanden descontroladamente, grietas que convierten lo viejo en obsoleto.

El negocio local que sobrevive fuera del dominio de las grandes plataformas no es simplemente un sobreviviente, es una amenaza sistémica. Es la prueba viviente de que existe otro camino. Y una anomalía que demuestra que otra realidad es posible es el enemigo más peligroso de un sistema basado en la mentira de que no hay alternativa.

No se trata de competir con ellos en su propio terreno. Se trata de reescribir las reglas, de implantar un virus en la estructura, de hacer que el sistema colapse sobre su propia arrogancia.

No buscamos encajar en el sistema. Buscamos multiplicar anomalías hasta que colapse.

V. De la amenaza a la alternativa letal

No es suficiente con ser una amenaza. Hay que ser una alternativa. Y una alternativa letal. El sistema puede tolerar el ruido, puede absorber la disidencia y venderla como una versión controlada del mismo orden, puede reciclar la rebeldía en una campaña de marketing y convertir el descontento en un nicho de consumo. Lo ha hecho antes y lo volverá a hacer. Pero hay algo que no puede permitirse: una estructura que lo vuelva irrelevante.

Un modelo que no compita dentro de sus reglas, sino que las rompa. Un movimiento que no intente reformarlo, sino desbordarlo. Una estructura paralela que convierta cada anomalía en un punto de expansión y cada nodo aislado en un centro de poder. Porque el sistema solo sabe ganar cuando juega contra sí mismo. Enfrentado a otra máquina, a otra estructura, a otra lógica que no pueda absorber, no tiene respuestas.

Toda vanguardia que busca ser masiva requiere líderes. Pero no esos que posan para la foto, que escriben manifiestos y pronuncian discursos sobre un mundo mejor que nunca llega. Necesita operadores, estrategas, arquitectos del caos. Líderes que no solo inspiren, sino que también tracen un camino para que otros lo sigan. Que no solo ofrezcan un mensaje, sino un destino. Que no solo prometan un futuro mejor, sino que lo hagan inevitable.

Por ahora, algunos tendrán que guiar esta banda criminal hasta que se consolide. Y sí, banda criminal, porque así es como nos deben ver: aquellos que no se someten a las reglas de la tecnocasta, que no piden permiso para entrar al tablero, que vienen a hacer volar el sistema en pedazos. Cada ciclo económico tiene su arquitecto del caos, aquel que comprende que no basta con atacar, sino que se deben implantar modelos de disrupción irreversible. Quien multiplica Activos Tóxicos y sincroniza una Máquina de Guerra Económica que ya no puede ser contenida.

Ser líder no es un título, no es una etiqueta, no es un privilegio. Es una carga. Es avanzar a pesar de tener el brazo roto o de haber vivido fragmentado. Es preparar el asalto cuando todos dudan. Pero también es extender la mano a quienes llegan, abrir espacio para quienes encuentran aquí su primera oportunidad de luchar en lugar de ser simplemente una presa. Un líder no solo marca el camino, lo ensancha para que otros lo sigan. La guerra sigue, y nadie sigue a quien se detiene.

Necesitamos enemigos. Pero también es necesario tomar el control y liderar.

VI. El Nuevo Orden está en marcha

Las grandes transformaciones nunca comienzan en los palacios ni en las cumbres financieras. No son dictadas por comités ni aprobadas en conferencias de economistas. No surgen de la torre de marfil de los analistas que, con aire solemne, explican lo que ya sucedió como si realmente pudieran haberlo anticipado. Las grandes transformaciones siempre empiezan en los márgenes, en la periferia, en los espacios que el sistema considera irrelevantes hasta que ya es tarde.

Este nuevo territorio no es un refugio, ni un acto de resistencia. No es una protesta ni una reacción. Es una ofensiva. Aquí no se sobrevive, se avanza. Aquí no se espera el colapso del viejo orden, se acelera. No se depende de que el enemigo cometa errores, se crean las condiciones para que su propia estructura sea insostenible.

Los negocios locales que se han negado a ser absorbidos, los jóvenes que han comprendido que su habilidad digital puede ser un arma y no solo un pasatiempo, los empleados corporativos que ya no creen en el espejismo de la escalera social, todos ellos son parte de algo que no necesita el reconocimiento del sistema para ser real. Son el germen de una estructura paralela, un ecosistema que crece en la sombra, hasta que un día el mercado se despierta y descubre que ya no lo controla todo.

El mundo no cambia cuando la élite decide que es el momento. Cambia cuando las anomalías se multiplican hasta que se vuelven ingobernables.

No es solo un nuevo orden. Es una guerra. Y quien no tome una posición, será destruido.

 

La vida pende de un instante, se desliza en lo inesperado, se desvanece en lo trivial. No hay tiempo para postergarla, porque mañana es solo una ilusión.

Con Información de desenfoque.cl

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