Por Daniela Toro, Psicóloga en el Centro Clínico del Ánimo y Ansiedad
La llegada de un nuevo ser a la vida de una mujer es más que el nacimiento de un hijo; representa un profundo proceso de transformación emocional para la madre. Este viaje está marcado por expectativas, temores y cambios internos que se entrelazan constantemente. Es un tiempo de duelo por la identidad que se deja atrás y, al mismo tiempo, un espacio para forjar una nueva identidad a través del vínculo, la dedicación y la incertidumbre.
En nuestra cultura, ser madre es a menudo idealizado, presentado como un estado de felicidad absoluta donde se espera que las mujeres irradien amor incondicional a toda hora, posean un instinto natural y se entreguen sin restricciones. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y está llena de contradicciones. Junto a la alegría y el amor, surgen también el miedo, la culpa, la tristeza, la ansiedad y, en ocasiones, una profunda sensación de soledad.
Desde el embarazo, el cuerpo de la mujer deja de ser únicamente suyo para convertirse en el hogar de otra persona. La mujer experimenta un aumento drástico en hormonas como el estrógeno, la progesterona, la oxitocina y la prolactina, lo que altera su sistema nervioso central. Esto provoca cambios en el estado de ánimo, el sueño, la energía y la percepción del entorno. No solo se trata de cambios fisiológicos; lo emocional también se vuelve más vulnerable y complicado, especialmente si el entorno no apoya esta transición.
Después del parto, las fluctuaciones emocionales y físicas tienden a continuar, e incluso pueden intensificarse. La mujer no solo atraviesa un proceso de recuperación física, sino que también debe adaptarse a nuevas exigencias, como la lactancia y el cuidado constante del bebé. La ausencia de una red de apoyo emocional aumenta el riesgo de padecer trastornos del estado de ánimo como la depresión posparto o la ansiedad.
A estos desafíos se añade la presión social de ser una «madre perfecta»: siempre disponible, paciente y libre de errores. Esta expectativa puede generar una sensación persistente de insuficiencia. Las redes sociales, los comentarios bienintencionados pero intrusivos, así como los enfoques médicos que priorizan solo el bienestar del bebé, refuerzan una narrativa que deja de lado las necesidades de la madre. Esta invisibilización no solo alimenta la culpa, sino que también dificulta la búsqueda de ayuda profesional.
En las consultas, muchas mujeres se plantean: “¿Es normal lo que siento?”, “¿Por qué no soy feliz todo el tiempo?”, “¿Está mal añorar mi vida anterior?”. Son preguntas legítimas que raramente se abordan en el discurso público, y es precisamente este silencio el que hace urgente establecer un diálogo honesto y empático sobre la experiencia materna en todas sus dimensiones.
Hoy más que nunca, necesitamos dejar de romantizar la maternidad y en su lugar, humanizarla. Es fundamental permitir a las madres experimentar plenamente sus emociones: el amor, la alegría, la frustración, la culpa y el agobio. No existe la maternidad perfecta, pero sí podemos construir una maternidad consciente, cuidada y acompañada. Es esencial ofrecer apoyo sin juicios y con empatía, brindando a las mujeres el espacio necesario para ser, sentir y criar sin presiones.
Con Información de desenfoque.cl