El Almirante Merino: una figura controversial en la historia de la marina chilena.



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“Sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra,

confunde tolerancia con cobardía,

discreción con servilismo, complacencia con indignidad”.

El Hombre Mediocre, José Ingenieros, 1913.

En Chile, mayo es el mes de las glorias navales, un periodo en el que los chilenos conmemoran el valor y patriotismo de sus marinos. La gloriosa vida de Prat, un destacado marinero, se eleva a la mayor admiración que un pueblo puede otorgar. Siempre presente en cada plaza, sin importar su tamaño, en un país donde el océano Pacífico abraza esta estrecha y larga franja de tierra al pie de la cordillera de los Andes. En contraste con la grandeza de nuestros notables marinos, existen hombres mediocres que sobreviven en la sombra del poder naval, sin méritos. Uno de estos fue el almirante Meriño, cuya vida refleja un crecimiento cómodo a costa del contribuyente chileno. Su padre, almirante en 1917, vivió a expensas del erario público durante toda su carrera. José Toribio, en las prolongadas misiones diplomáticas de su padre, estudió en prestigiosas instituciones en Francia e Inglaterra, donde no destacó por su intelecto. De una familia de ideología ultraderechista, esta impronta lo acompañó toda su vida. No tuvo más opción que seguir el camino de privilegios de su padre, que ya había sido trazado. Ya como oficial, con escasa inteligencia, decidió adornar su carrera con relatos heroicos, incluso afirmando que había participado en la Segunda Guerra Mundial junto a la Armada Inglesa. En la jerarquizada Marina de entonces, sus afirmaciones nunca fueron cuestionadas por los marineros a su servicio. Sin embargo, los historiadores no han encontrado evidencia de tales hazañas.

En los años 70, un grupo de marinos y oligarcas chilenos fundó la Cofradía Naval Chilena, entre ellos Germán Cubillos, hijo del ex comandante en jefe de la Armada entre 1962 y 1964. Su abuelo, Deméter Cubillos, supervisaba la construcción de buques para Chile en Gran Bretaña. Durante la dictadura militar, Germán se convertiría en canciller de Pinochet. Este grupo se convirtió en una cofradía de conspicuos conspiradores que se reunían a navegar y beber, siempre acogidos por el Almirante Meriño. Allí, José Toribio y sus amigos, entre brindis, esbozaron el futuro Golpe de Estado contra el Presidente Salvador Allende. Meriño fue el primero en proponer la “necesidad” de derrocar a Allende, siendo pionero en ello. Edwards, por su parte, contaría con el apoyo de la CIA y Kissinger en Estados Unidos.

La Marina, como se sabe, es la rama militar más propensa al consumo excesivo de alcohol. Esta es una antigua tradición que José Toribio también seguía. Desde hace tiempo, el consumo de alcohol ha dejado su impronta en la historia de la Marina, como ocurrió con el capitán de navío Enrique Simpson, que en 1978, durante la Guerra del Pacífico, se encontraba en deplorables condiciones. Meriño era también un gran aficionado, y se cuenta que una vez, al salir de un antiguo centro de fiestas llamado Caleuche, tropezó y su guardaespaldas exclamó: “¡Chuchas! ¡Se cayó mi almirante!” Acto seguido, todos corrieron a recogerlo mientras él, ebrio, dormía en el suelo. Eran tiempos de dictadura en 1976.

Los guardaparques de la CONAF en la isla Robinson Crusoe, en Juan Fernández, relatan que Meriño, como miembro de la Junta Militar, llegó a la hermosa Bahía Cumberland junto a una gran comitiva y pidió hablar con el jefe del lugar. El personal, asustado, se acercó, temerosos de su autoridad en tiempos de dictadura. El almirante se quejaba de la extinción de una planta valiosa, el Sándalo, y ordenó que se tomaran medidas para corregir la situación. Un año después, varias cuadrillas de marinos llevaron contenedores con miles de sándalos que Meriño había mandado traer de un barco de la Armada desde la India. El administrador del parque, tras observar meticulosamente las plantas, agradeció al capitán y, con tono marcial, ordenó a los guardaparques: “Mañana, deberán trasplantar estos ejemplares de sándalo donde corresponde”. Los guardaparques asintieron con respeto. Luego, el administrador confió a sus subordinados: “En ese sector del patio planten unos veinte ejemplares de estas plantitas, cuídenlas mucho para que cuando Meriño regrese, pueda admirarlas. Las demás, destruyanlas porque son de otra especie invasora que puede afectar el archipiélago”. Meriño había “salvado” del peligro al Santalum fernandezianum nativo, al traer de la India miles de Santalum álbum, un pariente lejano.

Lenguaje del desprecio

El Almirante, acostumbrado a las alturas del poder, cultivó temprano el lenguaje del desprecio. Desde pequeño oyó a su padre referirse despectivamente a los de “abajo”. Su vida transcurrió siempre entre personas de clase alta, viendo al bajo pueblo como lo inferior. Observaba el mundo desde la cima, encaramado en la cúspide del poder. Por ello, cuando los bolivianos pidieron nuevamente una salida al mar por el Pacífico chileno, Meriño se refirió a ellos con la insolente frase “auquénidos metamorfoseados”, implicando que eran animales andinos, mutados a humanos. Era un personaje histriónico que decidió reunirse con la prensa los martes, en lo que se conoció como los “Martes de Meriño”, donde se expresaba mayormente en un lenguaje de desprecio. Para él, el concepto de humanidad estaba reservado solo para unos pocos.

Esta visión del mundo respaldó los innumerables atropellos a los derechos humanos que ocurrieron en la Armada bajo su mando. Desde los puertos del norte al sur, puso sus barcos e instalaciones al servicio de la represión pinochetista. Estudiantes de la Universidad de Concepción fueron capturados y llevados encadenados en barcos de la Armada a la isla Quiriquina. Políticos del Gobierno Popular fueron torturados y desterrados a la fría isla Dawson. Sin embargo, disfrutó especialmente la captura y tortura de marinos rebeldes que intentaron detener el golpe. Meriño, con su naturaleza rastrera y astuta, fingió lealtad a la Constitución y a su entonces superior, el almirante Montero, a quien luego encarcelaría brutalmente. Para algunos de sus abusos, utilizó el buque escuela Esmeralda, manchando el símbolo sagrado de la patria chilena. Así, durante décadas, la nave fue rechazada en los puertos más importantes del mundo. En ella, se torturó a figuras como el sacerdote Michael Woodward y el abogado Luis Vega Contreras, entre otros. Aunque siempre negó su participación, Meriño estuvo al tanto de todo.

Para su pesar, Meriño fue un “chancletero”, un hombre que solo pudo tener hijas. Tuvo tres, lo que lo frustró profundamente, sintiendo que su legado marino desaparecía. Por supuesto, en su época, una mujer almirante era impensable. Una de sus hijas, Carolina Lorca (nombre poético) o Carolina Merino (nombre real), vive sola en Quilpué, siendo la hija izquierdista aborrecida. Comparte rasgos de su padre, incluyendo su frialdad. El Golpe de Estado significó un quiebre en su vida, forzándola a replantearse su realidad y dejando de creer en las justificaciones que su padre exponía durante las comidas familiares. No buscó la vida pública, en contraste con su madre y hermanas, que tuvieron figuraciones mediáticas.

Meriño fue fiel a Pinochet, apoyando todas sus decisiones. Celebró su auto inversión como presidente. Su consumo de whisky se volvió constante, llevándolo a un estado de desconexión permanente.

Sus aliados en la dictadura, buscando inmortalizarlo, decidieron erigir una escultura suya en el lugar más visible de Valparaíso, el principal puerto chileno. Al regresar a la democracia, durante una manifestación por las desapariciones forzosas perpetradas por la Marina, alguien gritó en la Plaza Sotomayor: “¡Meriño: ninguna plaza llevará tu nombre!”. Con el tiempo, la disputada estatua fue retirada y quedó en el olvido, descomponiéndose en un anónimo desguazadero.

En la historia naval chilena, solo el almirante Juan William Rebolledo ha superado a Meriño en términos de pobreza moral y mediocridad. Comandó la Marina al inicio de la Guerra del Pacífico en 1979, y su ineptitud, adicción al alcohol y mal cálculo político causaron grandes pérdidas a Chile. A pesar de su engreimiento, siempre anheló ser presidente de la república y despreciaba las instrucciones del presidente Pérez, llevándolo a ser degradado tras colmar la tolerancia.

Con Información de pagina19.cl

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