Colaboración Especial de Patricio Rivas Herrera
Cualquier personalidad que trasciende lo convencional puede ser narrada a través de historias que abordan la vida como una saga y un legado. En el caso de Claudio di Girolamo, existe un vasto universo intelectual, creativo, ético y sensorial que refleja su existencia marcada por la honestidad y un profundo compromiso con la humanidad en el ámbito público y popular. Considero que ahora podemos analizar la vida de Claudio desde una perspectiva histórica, siendo parte de la extraordinaria y turbulenta historia del siglo XX y XXI que le tocó vivir. Aquí se abre una ventana para reflexionar sobre diferentes momentos temporales.

Ventana en casa de Vitacura
Una forma de ser y convivir
Claudio di Girolamo nació en 1929 en una Italia dominada por Mussolini. Su infancia estuvo marcada por una Europa atravesada por dos guerras mundiales que causaron la muerte de 187 millones de personas. Conoció la barbarie y el hambre; en alguna ocasión me comentó que presenció de niño la visita de Hitler a Roma. Su primer acercamiento al arte llegó en una cena familiar, donde, ante la falta de comida, su madre propuso dibujar los platos favoritos.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, a los 19 años, cruzó “el gran charco” y llegó por el aeropuerto de Cerrillos a Santiago de Chile. Se destacó rápidamente en el ámbito nacional como escenógrafo, muralista, dramaturgo, diseñador, pintor y cineasta. En 1955 fundó la Compañía de Teatro ICTUS junto a figuras como Paz Irarrázabal, Grimanesa Locket y Mónica Echeverría, entre otros. Entre 1969 y 1971, fue director ejecutivo de Canal 13. A lo largo de su vida artística, estableció relaciones con diversas generaciones de escritores e intelectuales como Nemesio Antúnez, Raúl Ruiz y Pablo Neruda, entre otros.
Di Girolamo y los Derechos Humanos
Durante los años oscuros, junto a su esposa, la trabajadora social Carmen Quesney, se dedicaron a la defensa de los derechos humanos a través del Comité Pro Paz y posteriormente en la Vicaría de la Solidaridad. Es por esto que el Museo de la Memoria y Derechos Humanos y los obispos de Chile reconocen su significativo legado cultural y su compromiso inquebrantable con el respeto de los derechos humanos.
En la década de 1990, Chile emergió como un modelo a seguir en la construcción de una democracia participativa, donde la creación artística se estableció como un objetivo clave del Estado y del sistema político.
Su legado en la Escuela de Cine de Arcis
Cuando las secuelas de la dictadura aún estaban presentes, conocí a Claudio a inicios de los años 90 en casa de Fernando Castillo para discutir la creación de la Escuela de Cine en la Universidad de Artes y Ciencias Sociales – Arcis. En ese entonces, sus ideas iniciales se plasmaron rápidamente en una hoja de papel. A pesar de contar con escasos recursos, la Escuela de Cine se transformó en un referente de formación cinematográfica, graduando a muchos artistas, narradores y directores hoy en día.
La institución había sido fundada por Fernando Castillo y Luis Torres en 1982 durante la dictadura, en un contexto de universidades intervenidas y silenciadas, sirviendo como un bastión de resistencia académica y disidencia creativa. Fue reconocida como una «luz de la República» por el diario conservador El Mercurio, congregando a destacados exponentes del pensamiento crítico chileno.

Las dos Fridas Las Yeguas del Apocalipsis, Chile 01 Jan, 1987 – 01 Jan, 1997, Colectivo de Arte / Colectivo de Artistas.
Este periodo atrajo a pensadores de renombre como Eric Hobsbawn, Derrida, Toni Negri y Jodorowsky, al abordar cuestiones culturales y reflexionar sobre la filosofía en un entorno de resistencia. Fue en este contexto que se dio vida a la Escuela de Cine, bajo la dirección de Claudio di Girolamo.
Director de la División de Cultura
En marzo de 1997, tras una clase, Claudio me invitó a tomar un café y me compartió, casi de manera casual, que el presidente Frei Ruiz Tagle le había ofrecido liderar la División de Cultura del Ministerio de Educación. Este momento fue histórico y, días después, la Comisión del Congreso aprobó su nacionalización, permitiéndole asumir esta prometedora responsabilidad.
Durante esos años, la democracia en Chile se enfocaba en el reconocimiento de derechos humanos, incluyendo los de mujeres, pueblos indígenas y migrantes, promoviendo un desarrollo creativo que priorizaba el debate público. La División de Cultura se convirtió así en un símbolo de lo que se había luchado por casi dos décadas.
Inició un nuevo capítulo de vida en un edificio de San Camilo 262, donde se gestaron reuniones informales que unieron a todos: artistas, colaboradores y secretarias, creando un ambiente de trabajo inclusivo y humano.
Claudio promovía un liderazgo basada en el humor y la calidez, alejado de la vestimenta formal política. Su enfoque genuino por los sectores vulnerables reflejaba una ética de vida coherente con su trabajo. No era una simple actitud, sino parte esencial de su ser. Este estilo, sin embargo, le generó incomodidad en un país que aún lidiaba con verdades a medias. Su diálogo abierto con los jóvenes y grupos marginados se convirtió en una característica distintiva de su administración.
Una de sus primeras tareas como director fue coordinar la Comisión Asesora Presidencial en materia artística y cultural, generando un informe que estableció bases para una política cultural integral, publicado bajo el título Chile Está en deuda con la Cultura. Este diagnóstico denunciaba la insuficiencia de políticas públicas y recursos destinados a la cultura.
Primera Cartografía Cultural de Chile
Durante esta etapa, se impulsó la creación de un Consejo Nacional, que se esperaba promoviera la participación y descentralización, aunque los resultados no reflejaron esas expectativas. Desde la División de Cultura se alentaron leyes sobre Propiedad Intelectual, Fomento del Libro y la Lectura, y se desarrolló una política cultural internacional que destacó el valor cultural del país a nivel global.
Se creó la primera Cartografía Cultural de Chile, que documentó la riqueza cultural y sus actores en cada territorio, lo que permitió una mejor comprensión de la vida cultural del país.
Cabildos Culturales y mucho más
Además, Claudio inauguró los Cabildos Culturales, promoviendo espacios de debate ciudadano para formular políticas inclusivas alrededor del país. Estos encuentros, que empezaron a nivel local y culminaban en encuentros nacionales, superaron obstáculos de miedo al debate abierto, aunque tomó tiempo para lograrlo.
Asimismo, implementó el programa Haz tu tesis en cultura, que fomenta la investigación cultural en las universidades. También se potenciaron las actividades artísticas en la Galería Gabriela Mistral.
Su gestión estuvo marcada por controversias como el falo de Machalí y la casa de vidrio en Santiago, obras que cuestionaron la relación entre arte y sociedad, reflejando tensiones y tabúes persistentes en Chile.
En 2001, continuó produciendo como artista, exponiendo el mural La buena noticia y recibiendo varios reconocimientos, incluyendo la medalla de Santiago por sus 50 años de labor artística.
Cuestiones pendientes en Cultura
A pesar del impacto positivo, el gobierno se sintió incómodo con su estilo humanista, lo que condujo a un enfoque centrado en la tecnocracia, difuminando los logros obtenidos. Claudio regresó al Ministerio de Educación como asesor y continuó trabajando en distintas iniciativas relacionadas con la cultura y la educación artística.
Durante sus siete años al frente de la División de Cultura, Claudio demostró que la cultura y el desarrollo humano son esenciales para una sociedad participativa y democrática. Sin embargo, el reto sigue vigente: la necesidad de políticas públicas claras que fomenten el desarrollo cultural de manera inclusiva y accesible.

Claudio y Gastón Soublette, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, falleció a los 98 años el 25 de mayo de 2025
Con Información de factos.cl