Apertura de puertas o desocupación de la vivienda.

¿Qué sucede cuando una generación entera pierde la fe en la importancia de votar? ¿Cuando considera que un “like” o un “reposteo” en redes sociales tiene más impacto que votar en una urna? ¿O cuando prefiere ser parte de una comunidad en Instagram en vez de asistir a una reunión de barrio o a un partido político?

La 16ª Encuesta sobre Participación, Jóvenes y Consumo de Medios, realizada por Feedback Research junto a la Universidad Diego Portales a finales de 2024, ilustra claramente esta problemática: la juventud chilena no está despolitizada, está siendo excluida y empujada sistemáticamente al margen del sistema político. A diferencia de generaciones previas que apoyaron la transición democrática y confiaron en las promesas de progreso, esta nueva juventud enfrenta precariedad estructural, inseguridad existencial y una frustración constante ante un sistema que parece ignorarla y no la representa.

Mientras los partidos políticos se cuestionan cómo “recuperar a los jóvenes”, ellos ya han decidido: no confían en ellos. No existe un sentido de pertenencia y no los consideran útiles. Un 72% de los encuestados muestra poco o nulo interés por la política institucional, mientras que solo 1 de cada 10 participa activamente en alguna organización social o política. En el caso de los jóvenes NINIs -que no estudian ni trabajan- la situación es aún más alarmante, alcanzando cifras críticas de apenas 1 de cada 20.

La problemática es evidente y no es culpa de los jóvenes: el sistema político chileno se ha vuelto opaco, cerrado y excluyente. Las instituciones democráticas, en lugar de modernizar sus métodos de diálogo, han reforzado sus barreras. El lenguaje de la clase política se aleja cada vez más del cotidiano. Las urgencias vitales de los jóvenes, como la salud mental, empleo digno y acceso a vivienda, apenas aparecen en las prioridades legislativas o programas presidenciales. Y cuando los jóvenes se movilizan, reciben criminalización, represión y desinterés.

El estallido social de octubre de 2019 es un ejemplo revelador. La mayoría de los jóvenes lo perciben como un momento legítimo y necesario, pero también como una experiencia frustrante. Un 77% considera que expresó un malestar real, pero solo un 1% cree que sus demandas fueron atendidas. La brecha entre expectativas y resultados alimenta un duelo político no resuelto: cuando la protesta no genera cambios significativos, se instala la resignación.

El distanciamiento de la juventud hacia la política tradicional se ve potenciado por nuevas formas de comunicación. Las redes sociales se han transformado en espacios públicos alternativos, donde los jóvenes debaten, denuncian, se informan y construyen comunidad. Dos de cada tres jóvenes se informan principalmente a través de plataformas digitales, y un 40% prefiere expresar su opinión en comunidades online antes que participar en reuniones presenciales. Sin embargo, este cambio de medios tradicionales a redes sociales ha creado un nuevo riesgo: un analfabetismo cívico. Hay mucho conocimiento, se consume más, pero se entiende menos. La rapidez es mayor que la reflexión, y la inmediatez reemplaza la deliberación.

La paradoja es clara: nunca hemos tenido una generación tan consciente de las causas colectivas y la injusticia social, pero al mismo tiempo, nunca hemos tenido una generación tan alejada de las formas tradicionales de hacer política. No estamos ante una crisis pasajera, sino frente a una ruptura estructural. La juventud no se ha desmovilizado; se ha reconfigurado. Ha cambiado el canal, el lenguaje, la forma y la velocidad de su accionar. El problema radica en que el sistema político chileno no se ha adaptado.

Entonces, ¿qué se puede hacer? Lo primero es dejar de culpar a los jóvenes por una crisis que no generaron. La participación juvenil no se revitalizará con campañas publicitarias o frases motivacionales. Se necesita una transformación auténtica de los mecanismos de representación: digitalización, territorialidad, descentralización y afectividad. La democracia no puede seguir funcionando como un club de adultos que invita a los jóvenes ocasionalmente a votar, para luego ignorarlos. O se abren las puertas realmente, o la casa se queda vacía. Y una democracia sin la juventud no solo está incompleta, está destinada al agotamiento.

Es momento de dejar de cuestionar por qué los jóvenes no participan y empezar a cuestionar por qué no quieren hacerlo a través de las formas que el sistema sigue insistiendo en ofrecer. Porque si no comprendemos que el problema es estructural y no generacional, continuaremos construyendo instituciones que no representan, partidos políticos que no entusiasman y elecciones que no convocan.

La juventud chilena no está dormida. Está atenta, crítica y expectante. Pero necesita razones para creer. No es suficiente que el sistema sea democrático en su forma; debe ser significativamenteparticipativo en su fondo. Este es el desafío y, a la vez, la oportunidad de comenzar a escribir una nueva página para la democracia chilena.

Con Información de pagina19.cl

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