El debate sobre los aranceles globales y la guerra económica iniciada por Donald Trump se encuentra rodeado de análisis cuantitativos, excepciones legales y tecnicismos especializados que, aunque importantes, resultan secundarios en la situación actual, a menos que se intensifiquen hacia agresiones militares. Es crucial centrarse en la esencia de las acciones de Trump: una decisión arbitraria y autoritaria que busca crear un enemigo externo, como parte de su narrativa de la grandeza americana en declive. Esto se hace para fortalecer a sus seguidores e inmovilizar a sus oponentes políticos internos, en su anhelo anticipado (y fundacional) de obtener un tercer mandato presidencial. No se trata de generar una mejor economía, sino de pura demagogia.
No hay certezas sobre cómo saldrá de este movimiento, ya que sus simpatizantes también enfrentarán las consecuencias de las medidas irracionales en la estabilidad de sus empleos y en sus gastos cotidianos. Sin embargo, este es un tema a mediano plazo; por ahora, lo que ha hecho le sirve para construir una plataforma demagógica para su tercer mandato, en medio de instituciones desbordadas y un vacío normativo más allá de su propia retórica. Si Trump hubiera sido chileno, seguramente habría estado en la «primera línea» durante el estallido social.
El impulso psicosocial que persigue es presentar a EE. UU. como víctima de una red de comerciantes internacionales inescrupulosos, abusadores y explotadores, es decir, de todos los países del mundo, utilizando la clásica imagen del enemigo externo: amigos ingratitud y enemigos perpetuos.
En la economía actual, donde lo digital predomina, los intangibles son los elementos clave. Los servicios, la confianza, la puntualidad, la calidad constante, la satisfacción del usuario, el buen diseño, la ingeniería y la innovación son más importantes que la producción de bienes tangibles. Estos últimos, al incorporar lo anterior, se integran en una cadena de valor compleja que trasciende fronteras. Las acciones de Trump representan un pensamiento mercantilista del siglo XIX que resulta absurdo.
Además, su enfoque desdibujó rápidamente el soft power de la política exterior de EE. UU., al reducir las interacciones a un plano bilateral y comercial. Esto ha proyectado una imagen de EE. UU. ante la comunidad internacional como un matón descontrolado y exhibicionista en plena calle, que reclama su dominio sobre el bar y amenaza con vender solo relaciones bilaterales. Todo esto, por supuesto, bajo coerción, lo que plantea un escenario complicado para cualquier economía seria.
Para el ciudadano promedio de EE. UU., las repercusiones de esta jugada son inciertas y carecen de transparencia, además de que dependen de la discrecionalidad. Sin embargo, políticamente se vuelve más evidente si se conecta con el debilitamiento de sus compromisos militares con Europa y la OTAN, impulsado por Trump. Esto comenzó con su polémica conversación con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, a quien intentó presionar para que aceptara una paz negociada con Rusia a cambio de la continuidad de la ayuda, en desacuerdo con lo decidido por sus aliados europeos.
Esta presión ha afectado a Europa, que ahora se encuentra diseñando una nueva política militar y estratégica de defensa sin contar con Estados Unidos, incluso simulando escenarios de seguridad en contra de EE. UU. Esto es primordial considerando que Trump podría decidir colaborar en inteligencia con Rusia o restringir el uso de sistemas de armas con alta tecnología estadounidense. No hace falta mencionar que Rusia es considerada la mayor amenaza de seguridad por Europa y la OTAN, especialmente tras la invasión de Ucrania.
En términos de cifras globales, los consumidores estadounidenses enfrentarán dificultades. Los países más pequeños, que dependen de un limitado número de productos básicos, y aquellos que carecen de un respaldo de potencias mayores también sufrirán, perjudicando a sus poblaciones.
La lista de naciones afectadas ha debilitado la relevancia de la Organización Mundial del Comercio, y queda por ver cómo impactará en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Además, no se sabe qué sucederá con los servicios que son el núcleo digital de la economía actual, y si habrá algún principio que ayude a equilibrar el sistema o si habrá que esperar a que el gigante se desplome por su propio peso, lo que podría ser aún más complicado.
Se recomienda a los gobiernos, incluido Chile, actuar con prudencia y respuestas frías y racionales según la potencia y resiliencia de cada nación. Después de la primera ola de impactos, será posible evaluar las repercusiones políticas y sociales en EE. UU. y la sostenibilidad de la política arancelaria de Trump. La clave se encuentra en los próximos seis meses, en el contexto de la economía global.
El equilibrio estratégico global está fracturado en los ámbitos político, económico-comercial y militar, y su rehabilitación será difícil. Si los países optan por armamentos, represalias o refugiarse en su propio poder, el futuro se presenta incierto.
Con Información de desenfoque.cl