
“Sin embargo, mi extenso contacto con Portales no siempre ha resultado satisfactorio y ha revelado muchos secretos que preferiría haber ignorado. Al escribirlo, sólo me ha guiado el deseo de expresar una profunda desilusión.”
Sergio Villalobos, Historiador. Libro: “Portales, una falsificación histórica”. Edit. Universitaria, 1989.
En 1973, Pinochet y la Derecha Golpista, en su afán de buscar una figura histórica que legitimara el Golpe Militar, dieron instrucciones para que se buscaran personalidades chilenas que pudieran simbolizar virtudes que reflejaran su régimen. Así fue como llegaron a Diego Portales y Palazuelos, a quienes comenzaron a presentar como fuentes de inspiración para lo que llamaron el Gobierno de Reconstrucción Nacional. Su intención era crear un legado conocido como la Herencia Portaliana, una construcción engañosa ideada por la oligarquía y sus historiadores para justificar la violencia ejercida contra la democracia y el pueblo chileno, tal como Portales lo plasmó en la Constitución de 1833. Este personaje, en más de una ocasión, afirmó que era necesario violar la Constitución para alcanzar los altos fines que se proponía. En el relato histórico promovido por la oligarquía, Portales es recordado por su “gobierno del orden” y su supuesto gran contribución a la organización del Estado, además de su vida personal ejemplar. Desde la muerte de Portales, el conservadurismo ha edificado un mito que resalta sus virtudes públicas, ocultando sus evidentes vicios privados y su carácter complejo. Es intrigante observar el destino de figuras como él. El día de su ejecución, uno de los ahijados de su ex aliado político, el coronel Vidaurre, le disparó, causándole una herida en la mejilla izquierda; curiosamente, el mismo lado en el que un soldado golpista le disparó a su estatua en la Plaza de la Constitución el 73. Se dice que al morir, su cadáver fue desechado y algunos de sus partidarios, en un acto patriótico, le extrajeron el corazón, el cual conservaron en una gran copa sellada en la Iglesia Catedral de Valparaíso, donde permanece hasta hoy. Su cuerpo, desprovisto de corazón, vagó por diversos lugares hasta ser embalsamado y enterrado anónimamente en la Catedral de Santiago, donde permaneció perdido en el tiempo. En 1985, durante la reconstrucción de un mausoleo destinado a obispos, se descubrió un ataúd sellado en plomo. Al abrirlo, encontraron, con gran asombro, el rostro de Portales, erguido y vestido con uniforme militar, sosteniendo en su mano izquierda un antiguo rollo de papel con un edicto. Era la primera vez que su imagen al natural era vista, pues en vida se negó a ser retratado. Solo después de su muerte, un pintor italiano lo dibujó a mano alzada desde su ataúd, retocando posteriormente los rasgos de su croquis basándose en el hermano más parecido a él.
Aparentes virtudes públicas
La esfera pública nunca fue de interés para Portales. Desde joven, su verdadera pasión era el comercio y la acumulación de riqueza, algo que le fue esquivo durante toda su vida debido a su incompetencia en ese campo. Junto a su amigo Cea, establecieron una casa de importaciones en Lima justo cuando esa nación se independizaba. No tenían idea de cómo serían los flujos comerciales en un contexto donde toda América clamaba por libertad comercial e independencia de España. San Martín, Bolívar y O’Higgins, todos vigilados por unos Estados Unidos atentos a apoderarse de las riquezas de esos países, se encontraban en plenas luchas por la libertad. Como era de esperar, la tienda fracasó y tuvieron que regresar a Chile sin un centavo. Durante su estancia comercial en Lima, Portales desarrolló la convicción de que el gobierno y el pueblo peruanos eran completamente ineficaces, llegando a la conclusión de que para progresar, necesitaban un liderazgo autoritario.
A partir de ahí, cimentó su aversión hacia Perú, un sentimiento que lo llevó a impulsar la guerra contra ese país cuando más tarde se convirtió en gobernante. Al regresar a Chile, su principal objetivo era enriquecerse rápidamente, pero enfrentó un obstáculo: los seguidores del “Huacho inmundo”, como él se refería a Bernardo O’Higgins, habían formado gobiernos más interesados en construir una nueva nación que en enriquecer a la oligarquía. Para Portales, esto era inconcebible y le impedía lucrar, ya que para ello necesitaba un marco de reglas respetadas y una ciudadanía dedicada al consumo en lugar de la guerra. Se opuso a este estado de cosas, proclamando que Chile necesitaba un gobierno fuerte para prosperar. Por supuesto, la activa clase política patriota de la época no le prestó atención. Sin embargo, su deseo de acumular riqueza lo llevó, junto a Cea, a participar en la administración del llamado Estanco Nacional del Tabaco.
Así, utilizando sus influencias provenientes de la época colonial, donde su padre fue administrador de la Casa de Moneda impuesta por los españoles en Chile, logró que su empresa fuera invitada a licitar para gestionar el Estanco. Su familia era conocida en Santiago como de los Godos, fervientes partidarios de la Monarquía Española que se transformaron en conservadores patriotas a medida que la situación del país cambiaba. El estanco actuaba como una aduana monopólica que recaudaba impuestos y comercializaba diversos productos. Una vez obtenida la licencia, consiguió un enorme crédito fiscal a coste cero para cubrir las operaciones del estanco.
La mentalidad estanquera que dominaba la oligarquía chilena conservadora de la época estaba detrás de este modelo de negocio. Era la forma ideal de lucrar, contando con un negocio cautivo, sin competencia, y el apoyo del Fisco, con productos de consumo garantizados por la población. Este era el orden que los estanqueros anhelaban, y Portales lo mantenía siempre presente en su mente cuando decidió involucrarse en la política, no porque le interesara la democracia o el desarrollo cívico del país, sino porque creía que el capital sólo podría desarrollarse exitosamente mediante la imposición del orden, aunque eso significara violar la Constitución en múltiples ocasiones.
Podredumbre personal
Su padre, un hombre ligado al imperio colonial español en Chile, era un hombre de excesos. Tuvo 23 hijos, incluyendo a Portales. Su concepción sobre las mujeres era la de seres inferiores, concebidos para el placer masculino y para perpetuar el linaje, algo que reflejó en su relación con su esposa. Esta, para poder tener 23 hijos, pasó casi cuatro décadas de su vida embarazada sin oponer resistencia a la figura patriarcal de la familia.
En su lujosa casa familiar nunca falto de nada, y estaba llena de sirvientes. La familia se relacionaba con los más ricos y poderosos del país. Su padre, fervorosamente religioso, deseaba que Diego fuera sacerdote, pero a él no le interesó esa vida y pronto abandonó el seminario. Su carácter festivo y libertino prevaleció. Desde joven, su hogar estuvo lleno de niñas mapuches cautivas, obtenidas a través de las incursiones militares que tanto españoles como chilenos realizaban en comunidades indígenas del centro-sur del país. Estas niñas eran posteriormente regaladas o vendidas a familias acomodadas, donde eran tratadas como sirvientas.
Como estadista, refiriéndose a los chilenos, los calificaba como “putas y huevones”. Estas categorías eran comunes en su percepción del pueblo.
Durante su etapa en Lima, en su fallida aventura comercial inicial, exploró los salones más exclusivos y las compañías más coquetas de la ciudad. Sus cartas revelan que tenía un concepto patriarcal sobre las mujeres chilenas de su clase, mientras que su visión sobre las demás era más vulgar, asegurando que las peruanas eran sexualmente más atrevidas que las chilenas, de lo cual se mostraba convencido. En Lima, mantuvo una relación con una prostituta preferida, que recordó con nostalgia al regresar a Santiago, añorando las juergas limeñas de las que volvía exhausto y abatido tras un interminable festín de encuentros sexuales. La herencia viril de su padre, según sus cronistas, lo atormentó en cada etapa de su vida posterior.
La mujer con quien mantuvo una relación más prolongada fue Constanza Nordenflicht, a quien Portales sexualmente abordó y dejó embarazada cuando ella tenía apenas 15 años y él era un cuarentón. Como hombre poderoso, nadie se atrevió a denunciarlo por este abuso. En aquella época, la violencia y el abuso sexual eran fáciles de ocultar y soportar, especialmente en las clases acomodadas. Constanza, que era bellísima y buena, se enamoró de él, y le dio tres hijos de los cuales nunca se hizo cargo, abandonándolos cruelmente. Elle y algunas familias generosas de entonces sostuvieron a los niños, ya que Portales se ocupaba de que la sociedad chilena no supiera que eran suyos, solicitando incluso que se destruyera cualquier comunicación al respecto. En varias de sus cartas, habla despectivamente de sus hijos, apenas conociéndolos, refiriéndose a ellos como seres insignificantes. Mientras tanto, Constanza se encargaba de criarlos y satisfacer sus necesidades básicas. Dado el abandono que sufrieron los hijos, el Parlamento chileno decidió otorgarles, tras la muerte de Portales, una pensión de gracia vitalicia, al ver su situación de miseria.
En un momento de su vida, Portales decidió dedicarse al comercio agrícola en una de sus propiedades en la región de Valparaíso. Esta etapa es conocida por su perfil de gran señor y libertino. Celebraba frecuentes fiestas muy concurridas, con música, asados y vino, donde invitaba a amigos y amigas cercanas. Cuando el ambiente se animaba, Portales salía al patio y lanzaba fuegos artificiales, lo que señalaba el momento para que las mujeres de compañía de la zona llegaran a su casa para festejar y satisfacer sexualmente a sus invitados y, por supuesto, al anfitrión.
Para la historiografía conservadora chilena, que aún se aferra a la idea de que los grandes hombres son solo virtudes públicas y que sus vidas son de carácter privado, el caso de Diego Portales representa una clara ilustración de la falsa contradicción entre ética política y moral personal de la que la Derecha chilena aún parece prisionera.
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