En los años previos a la Primera Guerra Mundial, cuando se comenzó a utilizar el avión como herramienta de combate, los pioneros de la aviación consideraban que abandonar la aeronave ante un eventual derribo era un signo de cobardía. De este modo, de manera quijotesca, desechaban la idea de utilizar un paracaídas. Era tal la convicción, que portaban una pistola con el propósito de, en caso de que la máquina entrara en pérdida y comenzara a arder, dispararse y acortar su sufrimiento.