Por: Eliseo Lara Órdenes, director del Programa de Pedagogía en Educación Media, Universidad Andrés Bello.
Los recientes acontecimientos noticiosos han dejado poco espacio para examinar en profundidad la crisis que enfrenta la educación pública en general, y en particular los liceos emblemáticos. La explosión ocurrida en el Internado Nacional Barros Arana (INBA), alma mater de varios presidentes y líderes intelectuales de nuestro país, no solo es preocupante por el impacto en sus estudiantes, sino que también refleja una mala comprensión de la convivencia democrática.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecen de manera clara la intención de construir una paz duradera a partir de la educación, resaltando como uno de sus propósitos principales «Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todos los niveles».
No obstante, en Chile, los liceos emblemáticos parecen estar yendo en dirección opuesta a la paz y a la democracia como pilares de la educación. Es legítimo cuestionarse: ¿qué tipo de educación estamos creando? Y también, ¿qué significa la democracia dentro de los espacios educativos?
Existen quienes argumentan que la educación pública, especialmente en los liceos emblemáticos, se ha visto degradada por combinar estudiantes de diversas trayectorias en un mismo entorno escolar, como si meritocracia y segregación fueran sinónimos. Otros sostienen que son necesarias sanciones más severas que las estipuladas en la Ley Aula Segura, como si la educación se tratara de un sistema penitenciario. Sin embargo, quienes creemos que esto va más allá, afirmamos que es el resultado de un modelo social que hemos estado construyendo durante los últimos 50 años, donde lo fuerte se asocia con lo poderoso y lo poderoso con la impunidad.
Esta situación se manifiesta en los discursos, en las acciones y en las penas judiciales, donde la desigualdad social se convierte en violencia institucional, profundizándose cada día más. Las brechas de desigualdad no solo se reflejan en los resultados académicos, sino también en el entorno escolar y dentro de las instituciones. Debemos preguntarnos: ¿cómo podemos reducir la desigualdad cuando algunos colegios (privados) están rodeados de bosques y lagunas, mientras que otros están en entornos plagados de botillerías, tráfico de drogas y basurales? ¿Es posible construir un futuro seguro, pacífico y democrático para nuestros niños, niñas y adolescentes si la misma legalidad y autoridad institucional no los protege?
Hoy enfrentamos una tragedia que lamentar, pero quienes formamos parte del sistema educativo no podemos seguir pensando que estos incidentes son aislados o que se deben a una minoría radicalizada que ignora el diálogo. Debemos verlos como síntomas de una enfermedad más grave que requiere nuestra atención urgente para encontrar un tratamiento adecuado.
Hace décadas, Francoise Dubet señalaba el declive de las instituciones educativas debido a una pérdida de autoridad, no la del poderoso impune, sino una autoridad basada en el respeto y en la construcción social de la valoración humana, algo que claramente nos hace falta para no tener que volver a hablar de fuego, escuela y convivencia.
Con Información de chilelindo.org